Para reflexionar (II)...
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Notas para una filosofía de la soledad - Thomas Merton
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"Antes de nada, ¿por qué escribir sobre la soledad? Ciertamente, no
para predicarla, no para exhortar a los demás a que se conviertan en solitarios. ¿Qué podría ser más absurdo que eso? Quienes están llamados a convertirse en solitarios, por regla general, ya lo son. A lo sumo, no son conscientes todavía de su condición. En tal caso, todo lo que necesitan es descubrirlo... Pero, en realidad, todos los seres humanos son solitarios. Sólo que, en su mayor parte, tienen tanta aversión a estar solos, a sentirse solos, que hacen todo lo que pueden para olvidar su soledad. ¿Cómo? Quizás, en gran medida, mediante lo que Pascal llamaba divertissement, diversión, distracción sistemática: esas ocupaciones y entretenimientos, tan compasivamente proporcionados por la sociedad, que permiten al ser humano evitar su propia compañía durante veinticuatro horas al día... Incluso la peor de las sociedades tiene algo que es no sólo bueno, sino esencial para la vida humana. Obviamente, el ser humano no puede vivir sin la sociedad. Quienes pretenden que les gustaría vivir así, o que serían capaces de hacerlo, son con frecuencia quienes más abyectamente dependen de ella. Su pretensión de soledad es solamente la admisión de su dependencia: una ilusión individualista. Además de proteger la vida natural del ser humano, capacitándole para cuidar de sí mismo, la sociedad da a cada individuo una oportunidad de trascenderse en el servicio a los otros y, de este modo, llegar a ser una persona... Pero nadie se convierte en persona meramente por diversión, en el sentido de divertissement, pues la función de la diversión es simplemente anestesiar al individuo en tanto que individuo, y hundirle en el cálido y apático estupor de una colectividad que, como él mismo, desea estar entretenida. El pan y circo que cumple esta función puede ser evidente y absurdo, o puede asumir un aire hipócrita de intensa seriedad, por ejemplo en un movimiento de masas. Nuestra sociedad prefiere lo absurdo... Pero nuestro absurdo está mezclado con una cierta seriedad práctica y resuelta con la que nos dedicamos a la adquisición de dinero para satisfacer nuestro apetito de estatus social y nuestra justificación de nosotros mismos en contraste con la iniquidad totalitaria de nuestros competidores. En una sociedad como la nuestra existe, evidentemente, mucha gente
para la que la soledad es un problema o incluso una tentación. Tal vez yo no esté en posición de resolver su problema o exorcizar su tentación. Pero es posible que, sabiendo al menos algo de la soledad interior, pueda decir alguna cosa al respecto que tranquilice a los que sientan esa tentación. Al menos, puedo sugerir que si no han podido descansar en las apasionadas consolaciones que la sociedad prodiga a su alrededor, es que no necesitan buscar descanso en todo eso. Quizá son perfectamente capaces de actuar sin esos mecanismos tranquilizadores. Posiblemente deben comprender que tienen menos necesidad de diversión de lo que les han dicho, con tanta auto complacencia dogmática, los representantes del sistema. Pueden apartarse confiadamente de los ingenieros del alma humana, cuyo talento está dedicado al culto de la publicidad. En verdad, esa influencia sobre su vida es, como tienden a sospechar, tan innecesaria como irritante... Pero no prometo hacerla inevitable. Ni prometo animar a nadie con respuestas optimistas a todas las sórdidas dificultades e incertidumbres que acompañan la vida de soledad interior. Tal vez en el curso de estas reflexiones se mencionen algunas dificultades. La primera de ellas debe ser señalada desde el comienzo: la desconcertante tarea de hacer frente a nuestro propio absurdo y aceptarlo... La angustia de comprender que debajo del modelo aparentemente lógico de una vida racional más o menos «bien organizada» yace un abismo de irracionalidad, confusión, insensatez y caos aparente. Esto es lo que inmediatamente impresiona a la persona que ha renunciado a la diversión. No puede ser de otra manera: pues al renunciar a la diversión, renuncia al placer aparentemente inofensivo de edificar una ilusión cerrada y autónoma sobre sí mismo y sobre su pequeño mundo. Acepta la dificultad de hacer frente a las mil cosas de su vida que son incomprensibles, en vez de limitarse a ignorarlas...
Dicho sea de paso, sólo cuando el aparente absurdo de la vida se afronta con toda sinceridad, la fe se hace realmente posible. De otra manera, la fe tiende a ser una especie de diversión, una distracción espiritual en la que se recogen las fórmulas convencionales, aceptadas, y se las dispone en los modelos mentales aprobados, sin preocuparse por indagar su significado ni preguntarse
si tienen alguna consecuencia práctica en la vida de cada uno..."
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