Mundo Fusion

martes, septiembre 23, 2014

La rarita del parque...

"No pienses, Eso viene después. Debes escribir tu primer borrador con el Corazón, luego revísalo con la cabeza. La primera regla para escribir es… ¡Escribir, no pensar!"
(Descubriendo a Forrester)

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La rarita del parque... (11 de octubre de 2013)
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Siempre supe que había algo extraño en ella. Desde el primer instante en que la sentí dentro de mí.  Aunque aparentemente todo seguía igual en mi cuerpo, yo sabía que en mis entrañas crecía un nuevo ser. Era mi primer embarazo y percibía lo que iba a ser una lucha intensa. El día del parto, ella casi muere, y a mí casi me arranca la vida. Parir y nacer, dar y recibir la Luz, ese dolor tan inmenso para ambas nos uniría para siempre. Al final del día me la trajeron, después de unas horas que me parecieron eternas. Sus párpados estaban abiertos, y nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Su aspecto sonrosado y su cuerpo, aunque mucho más grande de lo habitual, eran acordes a un bebé recién nacido. Pero en aquellos ojos había algo muy antiguo y misterioso, algo que yo nunca había visto antes. Sentí un escalofrío que me recorrió por dentro, presentí que aquella criatura podía leer mi alma y conocer mis más íntimos secretos…

Ya no pude separarme de ella, y ella se aferró a con todas sus fuerzas. No quería que nadie la tocara, y ella sólo quería estar conmigo. Sentí que por primera vez en mi vida alguien me pertenecía y dependía de mí.  Y eso me gustaba. No iba a permitir que aquello que yo percibía tras sus hermosos ojos me arrebatara a mi niña… Y así fue por algún tiempo. Los primeros meses fueron mágicos, tenía a mi pequeña siempre conmigo. No me separaba de ella ni un instante y me consagré a aquel diminuto ser en cuerpo y alma…

Pero cuando comenzó a hablar y a gatear todo cambió. Empezó a reclamar más espacio para sí misma. Exploraba todo con avidez, no se conformaba con lo que observaba a simple vista. Siempre quería saber qué había detrás de los objetos más comunes. La primera muñeca articulada que tuvo en sus manos le duró sólo unos escasos minutos. Lo que tardó en sacarla de su caja y contemplarla con aquella mirada como si se estuviera despidiendo de ella. Sólo me di la vuelta un instante y cuando me volví a mirar, aquella preciosa muñeca se había convertido en un montón de piezas mutiladas. No comprendí en aquel momento por qué hizo aquello y mi primera reacción fue reñirla. Entonces ella me miró a los ojos con infinita tristeza y serenidad, como disculpándose, pero supe que no sería la última vez que lo haría…

Según fue creciendo continuó desmembrando todos los objetos inanimados que caían en sus manos. Reconozco que eso siempre me asustó. Pensé que había en ello algo siniestro para una niña tan pequeña. Me di cuenta de que aquello, que yo había percibido desde la primera vez que vi sus ojos, cada vez cobraba más fuerza. Sin embargo no todo era oscuro detrás de aquella mirada, cuando la contemplaba jugando con los animales, observando las flores y acercándose a otras personas supe que era alguien muy especial. Su sensibilidad para con todos los seres vivos no parecía de este mundo. Y, ni su amor y respeto por la Naturaleza, ni su curiosidad para todo lo hecho por el hombre, tenían límites.  No podía comprender aquellos dos comportamientos que a mí me parecían tan contradictorios y extraños y que no veía en ninguna otra niña de su edad…

Desde muy pequeña empezó a mostrar un interés desmedido por todo lo misterioso. Le encantaban las películas de vampiros, los libros de autores extraños y locos, las leyendas sobre mitos antiguos y terribles... Además le molestaba la luz, siempre quería estar por la noche en tinieblas, y era feliz cuando una tormenta hacía saltar los plomos y sólo una vela iluminaba la estancia. Era muy tenaz y no aceptaba las mentiras ni las contradicciones, casi siempre desmontaba todos mis argumentos cuando intentaba convencerla de que no era bueno que leyera sobre esos temas. Y a medida que pasaba el tiempo todo se fue acentuando en ella más y más. Sólo me dejó como opción tratar de controlarla y obligarla como fuera a cambiar. Yo sólo quería convertirla en una niña normal. Así que me propuse quitarle todo aquello que a me parecía oscuro de su cabeza. Le prohibí ver las películas de terror y guardé bajo llave sus libros de misterio, pero hubo un lugar al que, más tarde supe, jamás tuve acceso, su imaginación, o, quizás mejor tendría que decir, sus recuerdos…

Por otro lado yo trataba de que se endureciera, sabía que su extremada sensibilidad le iba a hacer sufrir mucho. Así que me afané en demostrarle lo injusto que era el mundo y que no había más remedio que aceptarlo. En el colegio se acercaba siempre a los niños más solitarios, a aquellos que nunca jugaban con nadie, se encontraba a gusto con los mayores, y sus profesores la adoraban. Cuando íbamos por la calle y veía un mendigo siempre me pedía que lo lleváramos a casa. Pero yo le decía que no podíamos hacer nada, que el mundo era así, muy injusto, y que había que aceptarlo…  Cuando íbamos de paseo y le decía que arrancara unas flores para hacer un ramo, ella me decía que prefería verlas salir de la tierra. Siempre estuvo muy unida a los animales, jugaba con los conejos, hablaba con los perros… Cada vez que encontraba en el río una bolsa con gatos abandonados los traía a casa. Y gemía y aullaba como si fuera un animal cada vez que le decía que no podía quedárselos. Ella no entendía por qué, y yo sólo le decía que el mundo era así, muy injusto, y que había que aceptarlo…

Pero ella nunca lo quiso aceptar. Y yo notaba cómo cada vez nos distanciábamos más y más. Su mejor amigo llegó a ser un cordero al que ella crió y que los demás nos comimos el día de su primera comunión. Sé que eso le causó el mayor dolor de su vida pero era necesario que aprendiera de una vez, aunque fuera de un modo traumático, cómo funciona este mundo. Traté de explicarle que los animales sólo se crían para comer. No sé que pudo sentir, como ya he dicho siempre me resultó muy extraña. Sólo sé que algo cambió para siempre entre nosotras después de aquel hecho. Ella nunca pudo olvidarlo…

Al principio estuvo unos días muy triste, no comía, no dormía, sólo se sentaba en un rincón y lloraba sin parar. Después empezó a volverse arisca conmigo, no quería que me acercara, no soportaba que la tocara… Siempre quiso vestir de negro, cosa que por supuesto nunca permití, y poco después de aquel día me dijo que quería pintar toda su habitación de aquel funesto color. Le pregunté por qué se comportaba así. Ella me miró con aquella serena tristeza que siempre velaba sus ojos y entre lágrimas secas me susurró: “porque voy de luto por el mundo…”

Aquella niña siempre fue un misterio para mi. Nunca fui capaz de comprender ni vencer aquello que se escondía detrás de sus inmensos ojos. El mundo es muy injusto y hay que aceptarlo,  pero cuánto cuesta cuando la rarita del parque es tu propia hija…
(Continuará..., o no...)

“¿Por qué las palabras que escribimos para nosotros
 son mejores que las que escribimos para los demás...?”
(Descubriendo a Forrester)