La noche oscura del Alma...
«Entre los peligros que se oponen a la marcha triunfal de los verdaderamente grandes, no hay ninguno tan deprimente por su naturaleza, ni tan fatal por sus efectos como ese que se llama «noche espiritual», sombra de desaliento que desciende sobre nuestro corazón y nuestra mente, y que nos envuelve con su velo sombrío, borrando todos los recuerdos de la paz interior y todas las esperanzas de un futuro mejoramiento. Así como cierta densa neblina se esparce sobre las grandes ciudades, penetrando por todos sus rincones, emergiendo cuantos objetos nos son familiares, interceptando toda perspectiva, cual si nada restase ya al extraviado viajero sino él y la angustiosa atmósfera que le rodea, así también, de un modo parecido, la niebla de la noche espiritual desciende sobre nosotros. Todos los puntos de descanso que en nuestra marcha tuvimos, desaparecen entonces; el sendero se desvanece en la sombra, perdidas las antorchas que le iluminasen, y los seres humanos aparecen como verdaderos fantasmas que aquí y allá emergen de las tinieblas, nos codean un instante y tornan al punto a desaparecer. Siéntese entonces el hombre perdido: una terrible impresión de aislamiento le llena y a nadie ve a su lado para atenuar su soledad. Las figuras humanas que le sonrieron, se han desvanecido; las voces que antes le dieran alientos, permanecen mudas y aun el amor humano que hasta entonces le acariciase, se convierte en una glacial sensación de horror. Sus amigos y sostenes se encuentran rechazados lejos de él; ni una sola palabra que le anime llega hasta él desde el negro silencio. Si pretende avanzar, siente el vértigo del precipicio y un sordo bramido de olas de incalculable profundidad, cuya lejanía inmensa parece intensificar el silencio, le amenaza con el más total aniquilamiento. El cielo le está velado, así como la tierra; borrado se han el sol, la luna y las estrellas y llega a creerse el hombre como suspendido sobre un abismo sin fin y como si estuviese a punto de caer en el vacío, porque la tenue llama de su vida misma, cual simpatizando con la sombra universal, trata de apagarse también. El horror de la profunda noche se extiende, en fin, en torno suyo, paralizando toda energía, sin dar lugar a la esperanza. Dios y la humanidad le han abandonado: ¡está solo, eternamente solo!...»
«El testimonio de los grandes místicos prueba que este cuadro no está recargado. No existen, en efecto, gritos de humana angustia más amargos que los que nos llegan como quejas desde esas páginas en prosa, verso o música, en las cuales las nobles almas agotaron sus prueba sobre el terrible sendero. Buscaron la paz y se encontraron en medio del combate: la alegría, y la tristeza fue su lote; la visión beatífica, y lo noche de la tumba les rodeó... Que almas menores o más jóvenes no hayan todavía sufrido la prueba y miren incrédulas a veces hasta su misma posibilidad, oponiendo sus opiniones de lo que debería ser al hecho brutal de lo que es, nada prueba sino que la hora no les ha llegado: El niño, en su inconsciencia feliz, no puede medir en toda su épica grandeza el esfuerzo del hombre; ni el pequeñuelo que se amamanta tranquilo, sentir la buida congoja que al materno pecho penetró... Es admirable el considerar cómo las Potencias de la Noche, que con las Potencias del bien y de la Luz rivalizan en este bajo mundo, pueden llegar a ahuyentar con una sola de sus ráfagas todos los tesoros espirituales que el esfuerzo y la perseverancia reunió...»
(Annie Besant. La Noche Espiritual. Revista Sophia, de Madrid. 1904).
"La séptima Sinfonía es para Wagner la más genial y alegre apoteosis de la danza: a mi
me parece más bien, salvando todos los respetos, la bajada de Beethoven a los infiernos, cual
Orfeo, Pitágoras, Perseo, Jesús, Dante y todos los demás Iniciados. Las escalas ascendentes de la
introducción parecen hundirnos, sin embargo, en un mundo inferior de alocados y farsantes
elementales cuyas danzas grotescas parecen burlarse de los dolores de la humanidad. Los dáctilos
y espondeos del tremendo allegretto son en cambio la personificación de estos mismos dolores en
Tántalo, Prometeo o Sísifo: la Ciudad del Dite, en la que ya no hay redención posible, en fin. Al
acabar el tercer tiempo, un canto religioso, prenda de posible redención, viene a consolar sin
embargo a los desolados precitos..." "Beethoven, al sentir tan cruelmente los rigores de esa Noche espiritual, fue abriendo los ojos de su intuición al supernaturalismo misterioso que rodea a nuestra existencia... Fue un ocultista, en fin..."
(Mario Roso de Luna. Beethoven Teósofo)
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