Mundo Fusion

domingo, abril 05, 2015

Corazón de Cisne...


**********************************************************
El Clan del Oso Cavernario - Jean Auel
**********************************************************
"La luz del Sol, al penetrar en su nido, la despertó. Salió de la cómoda bolsa entibiada por el calor de su cuerpo y se dirigió al río para beber agua, con hojas secas todavía pegadas a su piel. El cielo azul y el Sol brillante eran un consuelo después de la lluvia del día anterior. Poco después de que echara a andar, la orilla de su lado del río comenzó a subir. Para cuando decidió tomar otro trago, una pendiente abrupta la separaba del agua. Empezó a bajar cuidadosamente, pero perdió pie y cayó rodando hasta abajo.

Se quedó tendida, raspada y dolorida en el barro junto al agua, demasiado cansada, demasiado débil y demasiado infeliz para moverse. Gruesos lagrimones le formaban en sus ojos y corrían por su rostro, y tristes lamentos rasgaban el aire. Nadie la oyó. Sus gritos se convirtieron en plañidos rogando que alguien fuera a ayudarla. Nadie fue. Sus hombros se sacudían con sollozos mientras lloraba su desesperanza. No quería ponerse en pie, no quería seguir adelante pero ¿qué más podría hacer? ¿allí, llorando en el barro?

Cuando dejó de llorar se quedó tendida junto al agua. Al sentir que una raíz se le incrustaba en el costado y que su boca sabía a lodo, se sentó. Entonces, cansadamente se puso en pie y fue a beber un poco de agua del río. Echó a andar de nuevo, retirando tercamente las ramas que obstruían su paso, trepando por troncos caídos y cubiertos de musgo, chapoteando a la orilla del río..."


"Cuando un cielo pesadamente encapotado ocultó la Luna, empezó a preocuparse por el paso del tiempo. Recordaba exactamente lo que había dicho Brun: “Si, por la gracia de los espíritus, eres capaz de volver del otro mundo una vez que la Luna haya concluido su ciclo y se encuentre en la misma fase que ahora, podrás volver a vivir con nosotros”. Ella no sabía si estaba en el “otro mundo”, pero más que nada, lo que deseaba era regresar. No estaba segura de poder, no sabía si la verían cuando se presentara, pero Brun dijo que podía, y ella se aferraba a las palabras de él. Sólo que, ¿cómo iba a saber cuándo podía volver si las nubes ocultaban la Luna?

Recordó una vez, mucho antes, que Creb le había mostrado cómo hacer muescas en un palo. Comprendió que la colección de palos mellados que guardaba en un sitio del hogar — fuera de límites para los demás miembros de éste— eran las cuentas del tiempo entre sucesos importantes. Una vez, por curiosidad, trató de llevar la cuenta de algo, igual que él, y puesto que la Luna seguía ciclos que se repetían, pensó que sería divertido ver cuántas muescas harían falta para completar un ciclo. Cuando lo descubrió Creb, la riñó severamente. La reprimenda fortaleció el recuerdo de la ocasión además de advertirla de que no deberla volver a hacerlo. Se preocupó un día entero acerca de cómo iba a saber cuándo regresar a la cueva, antes de recordar aquello, y decidió que marcaría cada noche. No importaba lo mucho que se esforzara por retenerlas: se le llenaban los ojos de lágrimas cada vez que hacía una muesca.

Se le llenaban muy a menudo los ojos de lágrimas. Cositas insignificantes provocaban el recuerdo de Amor y calor. Un conejo asustado que brincara a través del camino le recordaba sus largos paseos con Creb. Amaba su viejo rostro áspero, tuerto y lleno de cicatrices. Pensar en él la hacía llorar. Ver una planta que había cortado para Iza provocaba sus sollozos al recordar cómo la mujer explicaba sus usos; y su llanto aumentaba al recordar a Creb quemando su bolsa de medicina. Lo peor de todo era la noche.

Se había acostumbrado a andar sola todo el día por sus años pasados en busca de plantas o cazando por el campo, pero nunca había estado separada de la gente, de noche. Sentada sola en su cuevita contemplando el fuego y su reflejo rojizo que danzaba sobre la muralla, lloraba anhelando la compañía de los seres Amados. En ciertos aspectos, a quien más echaba de menos era a Uba. Con frecuencia abrazaba sus pieles y las mecía canturreando suavemente para si como tantas veces había hecho con Uba. Su ámbito satisfacía sus necesidades materiales pero no las humanas..."