The Lawrence Tree and St. Mawr...
“Solo el gran pino delante de la casa,
allí parado, quieto y despreocupado, vivo. Está tan cerca. Se sale por
la puerta y ahí está el tronco, como un ángel de la guarda...” "El pino emite vida, igual que yo la emito. Nuestras dos vidas se
encuentran y entrecruzan sin saberlo. La vida del árbol penetra en mi
vida y mi vida en la suya. No podemos vivir uno cerca del otro, como de
hecho hacemos, sin afectarnos mutuamente. Me he vuelto consciente del árbol y de su
interpenetración en mi vida. Incluso soy consciente de la energía del árbol que cruza y estremece mi plasma vivo..." (D.H. Lawrence)
The Lawrence Tree (Georgia O'Keeffe)
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St. Mawr
(D. H. Lawrence)
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"...Pero, como si el fuego misterioso que emanaba del cuerpo de aquel caballo hubiera derretido alguna roca en su interior, se fue a casa, buscó refugio en su cuarto y se echó a llorar. Parecía que la atenta, salvaje y resplandeciente cabeza de St, Mawr la contemplase desde un mundo exterior. Era como si hubiera tenido una visión, como si las vigas en que se sustentaba su propio mundo se hubiese venido abajo, y se hubiera quedado sumida en una gran oscuridad, en medio de la cual refulgían los enormes y fogosos ojos de aquel caballo con expresión de demoníaco interrogante, mientras exhibía aquellas orejas tiesas y desnudas como puñales, que sobresalían de su bestial cabeza, y de su enorme cuerpo emanase la luz rojiza de su fortaleza.
¿Qué significaba todo aquello? Había sentido sobre ella la mirada de aquel caballo, como si los ojos de un dios se tratase, fijándose en ella de forma terrorífica desde la sempiterna oscuridad que la rodeaba. Ojos enormes, candentes, espantosos, arqueados como si plantasen una pregunta, y que emitían un haz de blanca luz amenazadora. ¿Qué solicitaba aquella pregunta procedente de un ser no humano, junto con la extraña amenaza que transmitía? No tenía ni idea: era como un demonio magnificente, al que ella debía adorar.
Incluso se ocultó de Rico. No soportaba la trivialidad y superficialidad de las relaciones sociales. Como algún dios que se hiciese presente en aquella oscuridad, allí estaba la cabeza de aquel animal, con sus ojos y terribles ojos escrutadores. Y sintió como si la prohibiese continuar por la senda de lo que hasta entonces había sido su vida normal; la conminaba a que dejase de ser la esposa de Rico, la joven Lady Carrington y cosas por el estilo.
El caballo se convirtió en su obsesión. La había contemplado con una mirada como no había sentido nunca hasta entonces: ojos resplandecientes, terribles, indagadores, que se destacaban en la oscuridad, sobre el fondo ígneo de aquel enorme cuerpo rojizo. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Qué clase de prohibición le había impuesto? Porque ella sintió como si le hubieran grabado un impedimento en su corazón: ejercía una misteriosa autoridad sobre ella, que no osaba ni acertaba a comprender..."
"Tengo que estar aquí sola, completamente sola: la idea del sexo, sólo sexo, me resulta repugnante. Nunca me prostituiré de nuevo. A no ser que algo me llegue muy dentro, que me toque en lo más vivo, me quedaré sola, completamente sola. Sola, para entregarme a las presencias invisibles, y ponerme sólo al servicio de esas inaprensibles presencias.
Y comprendió entonces el sentido que tenían las vestales, aquellas vírgenes que custodiaban el fuego en los templos antiguos. Eran como un símbolo de ella misma, de una mujer harta de abrazar a hombres inútiles, completamente ahíta de todo aquello, que volvía su rostro hacia los dioses nunca vistos, a los espíritus ignotos, al fuego oculto, a todo aquello a lo que quería dedicar su vida, y nada más. De ellos le llegarían la paz y el sentimiento de haberse realizado.
Jamás de aquellos homúnnculos incompetentes, egoistas e infantiles! Ninguno de esos llegaría a rozarla. Contemplaba los insulsos hombros de Phoenix, mientras conducía entre los pinos y los cedros que abundaban en la estrecha llanura que llegaba hasta el pie de las montañas. Era un buen hombre, preo que se dedicase a las mujeres de su clase. Porque había algo que iba más allá de él, y así tenía que ser, sin que nunca llegase a estar a su alcance. De no ser así, lo toquetearía y lo ensuciaría, y se sentiría tan desgraciado como un niño que hubiera roto el reloj de su padre.
No, no! Una vez había amado a un americano, y vivido con él durante un par de semanas. Había disfrutado de una íntima relación con un italiano, que incluso la quería, pero se había puesto a salvo de aquel hombre para amar y casarse con Rico. ¿Y qué fue todo aquello? Nada, o casi nada. Como si sólo perteneciesen al género humano sus ademanes más externos, el exterior de si misma. Lo cual la encariñaba con la intimidad. Pero en cuanto tal hecho se producía, o intentaba llegar a su interior, sobrevenía el desastre, la humillación y el venirse abajo. Tras aquellas capas exteriores de sí misma yacían los sucesivos santuarios interiores de su ser, que eran inviolables. Y ella así lo aceptaba.
- No soy una mujer casadera- se dijo para sí misma-, ni una amante, ni una querida, ni una esposa. Todo eso no vale de nada. Jamás podrá llegarme el amor desde fuera de mí misma, y nunca podré congeniar con hombre alguno, puesto que el nuevo hombre místico jamás llegará a rondarme. No; prefiero conocerme a mí misma, saber cuál es el papel que debo desempeñar. Soy una de las vírgenes eternas, una de esas que velan por el fuego perpetuo. Mis relaciones con los hombres sólo me han servido para quebrar mi silencio y confundir mis relaciones con el exterior. Todo ha sido culpa mía. Debo permanecer virgen y guardar silencio, quedarme muy, muy callada, y llevar a cabo mis obligaciones con toda perfección. Quiero un templo para mí y mi propia soledad, disfrutar a solas del misterio del fuego interior de Apolo. Y con los hombres, mantenerlos alejados, tener relaciones delicadas, sutiles. Pero que no se me acerquen. Porque su proximidad sólo sirve para rasgar los velos y, una vez desgarrados, como las flores cortadas, sólo conducen a la disolución.
Una vez que hubo comprendido todo aquello sintió una gran paz en su interior, así como una sensación de gratitud. A pesar de todo, le parecía que el fuego oculto chisporroteaba y estaba vivo, allí mismo, bajo aquel cielo, en aquel desierto, en las montañas. Y experimentó, en el propio aire que la rodeaba, un estremecimiento de escondida sacralidad, el fuego joven de la santidad escondida, algo que nunca le había pasado ni en Europa, ni en el este.
- Creo- murmuró, mientras contemplaba las montañas entre sombras y el mortecino desierto allí abajo, bajo las mismas alas oscuras- que este lugar es sagrado. Está bendito..."
"- ¿A qué llamas tú vida?- prosiguió Lou-. ¿A pasearte medio en cueros en un acto social, y luego salir en taxi para acostarte con algún loco, medio borracho, que piensa que es muy hombre sólo porque...? Madre, no quiero ni pensar en eso! Ya sé que te ha podido rondar por la cabeza la idea de que eso es la vida. Está bien; que lo sea. Pero déjame fuera de ella. Porque, desde esa perspectiva, los hombres sólo me provocan naúseas: son serviles e irritables a un tiempo. Desde ese punto de vista la vida consume mi propia vida. Ya te lo he dicho. Estoy destrozada, y no me veo capaz de afrontar ese tipo de cosas, ni siquiera de iniciarlas en mi situación.
- Está bien, Louise- repuso la señora Witt, tras un momento-. Estoy convencida de que desde el mismo momento en que los hombres y las mujeres llegaron a ser tales, todas las personas que se toman las cosas en serio, y que tienen tiempo para hacerlo, terminan con el corazón hecho añicos. ¿No he pasado yo misma por eso? Y estoy tan segura de ello como de que he perdido la virginidad, que es lo mismo que nada. Porque se trata de un proceso que se inicia, más que de un final.
- Así es, madre. Es el comienzo de algo diferente, y el final de algo con lo que se ha roto. Lo sé; pero eso en nada cambia la idea de que tenga que vivir de una forma distinta. Te parecerá una tontería, pero no sé expresarlo mejor. He de vivir por algo que realmente me preocupa, dentro, muy dentro de mi. Para mi propia alma, el sexo merecería la pena, si realmente fuera algo sagrado. Pero el sexo, en su ordinariez, me mata..."
"- Sabes bien, madre, que puedo ser muchas cosas, incluso un poco lerda, pero no tengo ninguna inclinación monjil. La religión a la que me refiero es como la otra cara de la moneda de los hombres. En lugar de correr tras ellos, se trata de apartarse de ellos y mantener viva la aversión que te guía. No odio a los hombres por el hecho de serlo, como hacen las monjas. No me gustan, porque no son lo bastante hombres. Sean niños o vividores nunca dejan de pavonearse, ni siquiera ante sí mismos. No digo que yo sea mucho mejor. Pero desearía con toda mi alma que algunos hombres fueran más grandes, más fuertes y más profundos que yo...
- ¿En qué percibes que no lo son? - preguntó la señora Witt.
- ¿Qué cómo lo sé? - replicó Lou, en tono de chanza.
Y la pausa que había llegado a convertirse en brecha se abrió aún más. La señora Witt jugueteaba con un palo y molestaba a unas hormigas negras que correteaban por las agujas de un abeto.
- No me cabe ninguna duda de que tienes razón acerca de los hombres - añadió, de forma pausada-, pero, a tu edad, lo único sensato que uno puede hacer es buscar y mantener una ilusión. Después de todo, como bien acabas de decir, quizás tú no seas mejor que ellos.
- Quizás no sea mejor. Pero mantener viva esa ilusión sería como engañarme a mi misma. Y no es eso lo que pretendo. Cuando veo a un hombre que hasta me resulta un poco atractivo, como puede ser Phoenix, me digo a mi misma: ¿vas a preocuparte de verdad por él? ¿significa algo para ti, algo más allá de la pura sensación? Y sé que no. No, madre. Estoy absolutamente convencida de que, o bien el elegir un hombre determinado tiene un sentido y un misterio que me penetra hasta el alma, o prefiero quedarme sola. Y sé que ha llegado la hora en que debo permanecer sola. Se acabó la confusión.
- Muy bien, hija. Es más que probable que te pases la vida sola.
- No me importa! Sé que hay algo más reservado para mí, madre, algo que me ama y que me desea. No puedo decirte lo que es, porque se trata de un espíritu, y habita aquí, en este rancho; está aquí, en estos parajes. Para mí es mucho más real que los hombres, y me tranquiliza y me anima. En realidad, no sé lo que es. Es algo salvaje, que llegará a hacerme daño en ocasiones y que otras veces me minará. Todo esto lo sé. Pero se trata de algo más grande que los hombres, más grande que la gente, más que la religión. Es algo que tiene mucho que ver con la América salvaje, y también conmigo. Es la misión que tengo, si lo prefieres. Y seré una imbécil; pero mi misión consiste en reservarme para ese espíritu que es salvaje, y que ha esperado durante tanto tiempo por mí en este lugar, y que ha esperado incluso por alguien como yo. Pues he venido! Aquí estoy! Estoy en el lugar en el que quiero estar, y con el espíritu que me desea. Así es. Y ni Rico, ni Phoenix, ni nadie en realidad me preocupan lo más mínimo. Es como si formasen parte del patio trasero del mundo. Mientras, yo estoy aquí, en la América profunda, donde hay un espíritu salvaje que me desea, un espíritu mucho más animal de lo que pueden ser los hombres. Y que tampoco pretende mi salvación; simplemente, me necesita, anhela estar conmigo. Para ese espíritu mi sexo es algo sagrado y profundo, es algo mucho más profundo que yo misma, que despierta la naturaleza profunda que reside oculta en lo más profundo de mi sexo. Es algo que me libra de la ordinariez, madre. Ni siquiera tú podrías hacer jamás algo parecido..."
Que así sea...
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