Mundo Fusion

domingo, enero 05, 2014

En busca de la Humanidad...

Yo, al igual que Merlín y Erich Fromm, creo que la Diosa, y el Dios, viven conjuntamente en nuestra Humanidad, en nuestro interior, y hasta que no nos demos cuenta de ello y dejemos de buscar en Dioses y Diosas externos, hasta que no los integremos dentro de nosotros mismos a mitad de camino entre Glastonbury y Avalon, hasta que no nos sintamos Uno con toda la Humanidad, y a la vez podamos sentir también nuestra individualidad y Libertad, no dejaremos de sentir la espantosa sensación de estar solos...

*********************************************************
La Revolución de la Esperanza
(Erich From)
*********************************************************
"El hombre no sólo tiene mente y necesidad de un marco de orientación que le permita darle algún sentido y estructura al mundo que lo rodea; tiene también un corazón y un cuerpo que necesitan estar enlazados emocionalmente al mundo -al hombre y a la naturaleza-. Como dije antes, los lazos del animal con el mundo están dados, mediatizados por sus instintos. El hombre, a quién su consciencia de sí y su capacidad para sentirse solo han colocado aparte, sería una desvalida partícula de polvo empujada por los vientos si no hallara lazos emocionales que satisficieran su necesidad de relacionarse y unirse con el mundo trascendiendo su propia persona. Pero él tiene, en contraste con el animal, varias alternativas de vincularse. Como en el caso de su mente, algunas posibilidades son mejores que otras. Pero lo que más necesita para conservar su salud es un vínculo con el que se sienta relacionado seguramente. Quien no posee tal vínculo es, por definición, un demente, incapaz de cualquier conexión emocional con sus semejantes.

La forma más fácil y más frecuente de relacionarse el hombre son sus "lazos primarios" con su procedencia: la sangre, el suelo, el clan, la madre y el padre, o, en una sociedad más compleja, la nación, la religión, la clase. Estos lazos no son primordialmente de naturaleza sexual, pero llenan el anhelo de los hombres que no han crecido hasta ser ellos mismos de sobreponerse a la sensación intolerable de estar separado. Esta solución del problema humano de estar separado por medio del mantenimiento de lo que he denominado "lazos primarios" -que en su relación con la madre son naturales y necesarios para el infante- resulta obvia cuando se estudian los cultos primitivos de la adoración al suelo, a los lagos, a las montañas, o bien a los animales, que a menudo es acompañada por la identificación simbólica del individuo con estos animales (tótem). La observamos también en las religiones matriarcales en las que se venera a la Gran Madre y a las diosas de la fertilidad y de la tierra. 


«Porque todos los dioses son un solo Dios -me dijo, como había dicho muchas otras veces, como yo he repetido a mis novicias, como lo dirán todas las sacerdotisas que me sucedan-, y todas las diosas son una sola Diosa, y sólo hay un Iniciador... A cada hombre su verdad y el Dios que hay en su interior... » Así, tal vez, la verdad flote entre el camino de Glastonbury, isla de los Sacerdotes, y el camino de Avalón, para siempre perdido en las brumas del mar del Estío..."
(Las Nieblas de Avalón - Marion Zimmer Bradley)

En las religiones patriarcales parece haber un intento de superar estos lazos primarios con la madre y la tierra, pues el gran padre, el dios, el rey, el jefe tribal, la ley o el Estado son objetos de veneración. Mas, aunque el paso del culto matriarcal al patriarcal en la sociedad representa un progreso, ambas formas tienen en común el hecho de que el hombre establece sus lazos emocionales con una autoridad superior, a la que obedece ciegamente. Manteniéndose ligado a la naturaleza, a la madre o al padre, el hombre consigue, en realidad, sentirse en el mundo como en su casa, pero tiene que pagar un precio terrible por esta seguridad: el precio de la sumisión, la dependencia y la obstrucción del pleno desarrollo de su razón y de su capacidad de amar. Permanece siendo un niño cuando debería ser un adulto.

Las formas primitivas de los lazos incestuosos con la madre, el suelo, la raza, etc., de los éxtasis benignos y de los malignos, sólo pueden desaparecer si el hombre encuentra una forma más alta de sentirse en el mundo como en su hogar, si no desarrolla únicamente su intelecto, sino también su capacidad para sentirse relacionado sin someterse a nadie, en casa sin que ésta sea una cárcel, en intimidad que no llegue a asfixiarlo. Esta nueva visión se manifestó, a una escala social, desde la mitad del segundo milenio a. c. hasta la mitad del primero, constituyendo uno de los periodos más notables de la historia del hombre. La solución a la existencia humana no se buscó más en el retorno a la naturaleza ni en la obediencia ciega a la figura del padre, sino en una nueva visión en la que el hombre puede sentirse de nuevo a sus anchas en el mundo y acabar con la sensación espantosa de estar solo, y en la que puede alcanzar esto mediante el pleno desarrollo de sus poderes humanos, de su capacidad para amar, para usar su razón, para crear belleza y gozar de ella, para compartir su humanidad con todos sus semejantes. El budismo, el judaísmo y el cristianismo proclamaron esta nueva visión.

El nuevo nexo que permite al hombre sentirse uno con todos los hombres difiere fundamentalmente del nexo que lo somete al padre y a la madre; es el nexo armónico de la hermandad en el que la solidaridad y los lazos humanos no están viciados por la coartación de la libertad, ya sea emocional o intelectualmente. Tal es la razón por la que la solución de la fraternidad no es una preferencia subjetiva, sino la única que satisface las dos necesidades del hombre: estar estrechamente relacionado y al mismo tiempo ser libre, formar parte del todo y ser independiente. Es una solución que han vivido muchos individuos y grupos, religiosos o seculares, que fueron y son capaces de desarrollar los nexos de solidaridad junto con una individualidad e independencia irrestrictas..."