Mundo Fusion

martes, diciembre 31, 2013

Solo le pido a Dios...

"El secreto de la existencia humana no solo está en vivir, 
sino también en saber para qué se vive...
(Fiódor Dostoyevski)




"Para los tibetanos, la principal festividad del año es el Año Nuevo, que es como la Navidad, la Pascua y el día de cumpleaños, todo en uno. Patrul Rimpoché fue un gran maestro cuya vida estuvo llena de episodios excéntricos que daban vida a la enseñanza. En vez de celebrar el Año Nuevo y desear a la gente «un próspero año nuevo», como hacían los demás, Patrul Rimpoché se echaba a llorar. Cuando le preguntaban por qué lloraba, respondía que había transcurrido un año más y que muchas personas se encontraban un año más cerca de la muerte sin estar aún preparadas.

Pensemos en algo que debe de habernos ocurrido a casi todos en uno u otro momento. Vamos andando por la calle, pensando en cosas elevadas, especulando sobre asuntos importantes o, sencillamente, escuchando nuestro walkman. De repente, pasa un coche a toda velocidad y casi nos atropella. Encienda el televisor o échele un vistazo a cualquier periódico: verá muerte por todas partes. ¿Se imaginaban que iban a morir las víctimas de esos accidentes aéreos o automovilísticos? Daban la vida por supuesta, como nosotros. ¿Cuántas veces hemos sabido de personas que conocíamos, incluso amigos, que han muerto inesperadamente? No es necesario estar enfermos para morir: nuestro cuerpo puede estropearse de repente y dejar de funcionar, igual que un automóvil. Un día podemos encontrarnos perfectamente bien y al siguiente caer enfermos y morir. Milarepa cantaba:

"Cuando estás vigoroso y sano 
no piensas en la llegada de la enfermedad, 
pero ésta cae con fuerza repentina
 como la descarga de un rayo. 
Cuando estás absorto en cosas mundanas 
no piensas en la venida de la muerte; 
rápida llega como un relámpago 
que estalla sobre tu cabeza..."

Hemos de darnos una sacudida de vez en cuando y preguntarnos seriamente: «¿Y si muriera esta noche? Entonces, ¿qué?». No sabemos si mañana despertaremos, ni dónde. Si después de espirar el aire no podemos volver a inspirar, nos morimos. Así de sencillo. Dice un proverbio tibetano: «Mañana o la próxima vida; nunca se sabe qué llegará primero». Algunos de los renombrados maestros contemplativos de Tíbet vaciaban las tazas y las dejaban boca abajo al lado de la cama al acostarse por la noche. No estaban seguros de despertar por la mañana y necesitarlas de nuevo. Incluso apagaban el fuego por la noche sin molestarse en conservar algunas brasas encendidas para el día siguiente. Momento a momento, vivían con la posibilidad de una muerte inminente. Junto a la ermita de Jikmé Lingpa había un estanque que le costaba mucho cruzar. Algunos de sus discípulos se ofrecieron para construirle un puente, pero él contestó: «¿De qué serviría? ¿Quién sabe si aún viviré lo suficiente para dormir aquí mañana?».

Algunos maestros intentan alertarnos de la fragilidad de la vida por medio de imágenes aún más crudas: le aconsejan que se considere como un preso que da el último paseo desde su celda, como un pez que se debate en la red, como un animal que aguarda su turno para ser sacrificado en el matadero. Otros proponen a sus alumnos que se imaginen vividamente la escena de su propia muerte, dentro de una contemplación serena y estructurada: las sensaciones, el dolor, el pánico, la desvalidez, el pesar de las personas amadas, el darse cuenta de lo que han hecho o dejado de hacer en sus vidas. El cuerpo tendido sobre su último lecho, las voces que susurran las últimas palabras, la mente que ve pasar su último recuerdo: ¿Cuándo te llegará este momento? Es importante reflexionar serenamente, una y otra vez, que la muerte es real y llega sin aviso. No seamos como el palomo del dicho tibetano, que se pasa toda la noche atareado, haciendose la cama, y llega el amanecer antes de que haya tenido tiempo de acostarse. Un importante maestro del siglo XII, Drakpa Gyaltsen, dijo: «Los seres humanos se pasan la vida entera preparando, preparando, preparando... y llegan a la próxima vida sin estar preparados...».


Quizá los únicos que de veras comprenden cuan preciosa es la vida son aquellos que conocen su fragilidad. En cierta ocasión tomé parte en un congreso en Inglaterra, en que los participantes eran entrevistados por la BBC. Al mismo tiempo, podían hablar con una mujer que estaba muriéndose. La mujer se hallaba acosada por el miedo, porque en realidad nunca había pensado que la muerte fuera real. Ahora lo sabía. Sólo tenía un mensaje que dar a quienes la sobrevivíamos: que nos tomáramos la vida, y la muerte, en serio. Que nos tomemos la vida en serio no quiere decir que debamos pasarla toda meditando como si viviéramos en las montañas del Himalaya o en el Tíbet de los antiguos tiempos. En el mundo moderno hemos de trabajar y ganarnos la vida, pero no debemos enredarnos en una existencia «de nueve a cinco» sin prestar ninguna consideración al sentido profundo de la vida. Nuestra tarea consiste en encontrar un equilibrio, encontrar el camino del medio, aprender a no volcarnos en preocupaciones y actividades accidentales, sino a simplificar nuestra vida cada vez más.

La clave para encontrar un equilibrio feliz en la, vida moderna es la sencillez. En el budismo, este es el verdadero sentido de la palabra disciplina. En tibetano, «disciplina» se dice tsul trim. Tsul significa «apropiado» o «justo», y trim, «norma» o «camino». Así pues, la disciplina consiste en hacer lo que es justo o apropiado; es decir, en una época excesivamente complicada, simplificar nuestra vida. De allí surge la paz mental. Tendrá usted más tiempo para dedicarse a las cosas del espíritu y al conocimiento que sólo la verdad espiritual puede proporcionar, y que le ayudará a afrontar la muerte. Lamentablemente, eso es algo que pocos hacemos. Quizá deberíamos formularnos ahora la pregunta: «¿Qué he logrado realmente en mi vida?». Con esto me refiero a cuánto hemos comprendido realmente acerca de la vida y la muerte.

He hallado inspiración en los informes que se han publicado sobre los estudios de la experiencia de casi muerte, como los libros de mi amigo Kenneth Ring y otros autores. Un número sorprendente de los que sobreviven a un accidente casi mortal o a una experiencia de casi muerte describe «una revisión panorámica de la vida». Con asombrosa claridad y precisión, reviven los acontecimientos de su vida. A veces reviven incluso los efectos que sus actos han producido sobre otros, y experimentan las emociones causadas por sus actos. Un hombre le dijo a Kenneth Ring: Me di cuenta de que todos somos enviados a la Tierra para descubrir y aprender ciertas cosas. Por ejemplo, a compartir más amor, a tratarnos con más amor los unos a los otros. A descubrir que lo más importante son las relaciones humanas y el amor, y no las cosas materiales. Y a darnos cuenta de que hasta la última cosa que uno hace en su vida queda registrada, y que, aunque uno no piense en ella y la deje de lado, siempre acaba surgiendo más tarde.

A veces esta revisión de la vida se produce en compañía de una presencia gloriosa, un «ser de luz». Lo que se advierte en los diversos testimonios es que este encuentro con el «ser» revela que los únicos objetivos serios en la vida son «aprender a amar a los demás y adquirir conocimiento». Una persona le contó a Raymond Moody: «Cuando apareció la luz, lo primero que me dijo fue: "¿Qué has hecho que me demuestre que ya has cumplido con tu vida?", o algo en este sentido. [...] Durante todo ese tiempo no cesó de subrayar la importancia del amor. [...] También parecía muy interesado en cosas relativas al conocimiento».' Otra persona le contó: «Me preguntaron, pero sin palabras, todo fue una comunicación mental directa e instantánea, qué había hecho para beneficiar o hacer progresar la raza humana». Lo que hayamos hecho con nuestras vidas es lo que somos cuando morimos. Y cuenta todo, absolutamente todo..."

(El Libro Tibetano De La Vida Y De La Muerte - Sogyal Rimpoche)