Mundo Fusion

domingo, mayo 11, 2014

El fenómeno humano...

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El fenómeno humano - Pierre Teilhard de Chardin
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"Resulta imposible acceder hasta un medio fundamentalmente nuevo sin pasar por las angustias interiores de una metamorfosis. ¿No llega a aterrorizarse un niño cuando abre por vez primera sus ojos?... Nuestro espíritu debe renunciar a la comodidad de las estrecheces familiares si quiere acomodarse a unas direcciones y a unos horizontes engrandecidos hasta lo desmesurado. Debe volver a crear un nuevo equilibrio para todo cuanto había ordenado de una manera cuidadosa en el fondo de su pequeña interioridad. Deslumbramiento a la salida de una confinada oscuridad. Emoción al emerger bruscamente en la cumbre de una torre. Vértigo y desorientación... Toda la psicología de la inquietud moderna unida a la brusca confrontación con el espacio‑tiempo.

Es un hecho evidente el que, bajo su firma primordial, la ansiedad humana esté ligada con la aparición misma de la Reflexión, y, por tanto, que sea tan antigua como el mismo Hombre. Pero menos todavía podemos dudar de manera seria, pienso yo, de que, bajo el efecto de una Reflexión que se socializa, los hombres de hoy lleguen a estar particularmente inquietos, más aún de lo que lo estuvieron en ningún momento de la Historia. Consciente, o inesperada, la angustia, una angustia fundamental del ser, atraviesa, a pesar de las sonrisas, el fondo de los corazones al final de todas nuestras conversaciones. Poco importa en realidad el hecho de que en nosotros la raíz de esta ansiedad pueda estar reconocida de una manera precisa. Algo nos amenaza, algo nos falta más que nunca, sin que sepamos exactamente de lo que se trata...



Intentemos, pues, poco a poco, localizar el origen de este malestar, decantando las causas ilegítimas del desequilibrio hasta descubrir el sitio doloroso sobre el cual debemos aplicar el remedio, si éste existe en realidad. En un primer grado, el más corriente, el "mal del espacio‑tiempo" se manifiesta por una sensación de aplastamiento y de inutilidad de cara a las cósmicas enormidades. Enormidad del Espacio, más tangible él, y, por tanto, más impresionante. ¿Quién de nosotros se ha atrevido, aun por una sola vez en su vida, a contemplar cara a cara, a intentar "vivir" en un Universo formado por galaxias que se van espaciando a una velocidad de cien mil años de luz? ¿Quién aquel que, habiéndolo realmente intentado, no salió de su experiencia con una tremenda alteración en una u otra de sus creencias? ¿Y quién, incluso cuando intentó cerrar los ojos hacia todo cuanto los astrónomos nos van descubriendo implacablemente, no ha sentido, aunque fuera confusamente, una sombra gigante proyectarse sobre la serenidad de sus alegrías? 


 
Enormidad de la Duración también: ya sea actuando con efectos de abismo respecto de aquellas, todavía poco numerosos, que han llegado a percibirla; ya sea, de manera más normal (sobre aquellos que la ven mal), actuando por sus efectos desesperantes de inestabilidad y de monotonía. Acontecimientos que se van sucediendo en círculo, caminos indefinidos que se entrecruzan sin conducir a ninguna parte. Enormidad, finalmente, y correlativa del Número: número enloquecedor de todo cuanto ha sido, de todo cuanto es y de todo cuanto será necesario para llenar el Espacio y el Tiempo. Un Océano en el cual tenemos la sensación de disolvernos de una manera tanto más irresistible cuanto más nos sentimos lúcidamente vivos...


El ejercicio de situarnos conscientemente en el interior de un millar de hombres o simplemente dentro de una muchedumbre. Mal, por tanto, de la multitud y de la inmensidad. Estimo que el mundo moderno, para superar esta primera forma de su inquietud, no puede hacer más que una sola cosa: llegar sin vacilación alguna hasta el máximo de su intuición. Inmóviles o ciegos (durante el largo tiempo, quiero decir, en que creemos verlos inmóviles o ciegos), el Tiempo y el Espacio resultan ser innegablemente espantosos. Aquello que desde entonces podría convertir en peligrosa nuestra iniciación en las verdaderas dimensiones del Mundo sería precisamente aquello que la dejara inacabada; es decir, privada de su complemento y de su correctivo necesarios: la percepción de una Evolución que anime tales dimensiones. ¡Qué poco nos importarán, por el contrario, la pluralidad vertiginosa y el alejamiento fantástico de las estrellas si este Inmenso, simétrico de lo Ínfimo, no tiene otra función que la de equilibrar la capa intermedia, en donde, y allí solamente, en el término medio, la Vida puede llegar a edificarse químicamente! ¡Qué nos importarán los millones de años y los millares de seres que nos precedieron, si estas gotas innumerables constituyen de por sí una corriente que nos empuja hacia adelante! Nuestra conciencia se evaporaría como anulada dentro de las expansiones ilimitadas de un Universo estático o eternamente móvil. Por el contrario, esta misma conciencia encuentra su propia fortaleza al hallarse sumergida en un flujo que, por inverosímilmente amplio que sea, no es sólo porvenir, sino génesis, lo que es de verdad muy diferente. El Tiempo y el Espacio, ciertamente, llegan a humanizarse en cuanto aparece un movimiento definido que les dé una total fisonomía. 

"Nada nuevo bajo el sol", dicen los desesperados. Pero entonces, tú, Hombre, Hombre pensante, ¿cómo puedes encontrarte a ti mismo, a menos de renegar de tu propia idea, emergiendo un día por encima de la animalidad? "Nada, en todo caso, ha cambiado; nada cambia ya desde el origen de la Historia." Pero entonces, tú, Hombre del siglo XX, ¿cómo es que despiertas a unos horizontes y, por tanto, a unos temores que tus padres jamás conocieron? En verdad, la mitad de nuestro malestar presente se transformaría en alegría si nos decidiéramos solamente, dóciles ante los hechos, a situar dentro de una Noogénesis la esencia y la medida de nuestras modernas cosmogonías. Ninguna duda posible existe a lo largo de este eje. El Universo siempre se ha movido, y en este mismo momento continúa moviéndose. Pero mañana, ¿continuará aún moviéndose?... Es aquí, y sólo aquí, en este punto de vista, en el que, al sustituirse el presente en futuro, las verificaciones de la Ciencia han de ceder su lugar a las anticipaciones de una Fe; aquí deben y pueden empezar de manera legítima nuestras perplejidades. ¿Mañana?... Pero ¿quién nos puede garantizar la existencia de un mañana? Y sin la seguridad de que este mañana exista, ¿podemos continuar viviendo nosotros, en quienes por vez primera quizá en todo el Universo se despertó el terrible don de ver hacia adelante? Mal del "callejón sin salida", angustia de sentirse encerrado... 

Esta vez, finalmente, hemos puesto el dedo en la llaga. Ya he dicho que aquello que hace al mundo en que vivimos específicamente moderno, es el hecho de haber descubierto la Evolución alrededor de él y en él mismo. Aquello que en la misma raíz inquieta al mundo moderno, puedo añadir ahora, es el hecho de no estar seguro, y el de no poder llegar a ver cómo se podría nunca estar seguro de que exista una salida ‑la salida conveniente‑ para esta Evolución. Ahora bien: ¿qué es lo que debe ser el porvenir para que lleguemos a tener la fuerza, o incluso la alegría, de aceptar sus perspectivas y de soportar su peso? Examinemos, pues, el conjunto de la situación con el objeto de constreñir de manera más precisa el problema y, con ello, ver si existe tal remedio..."