Mundo Fusion

sábado, agosto 01, 2015

Las casualidades no existen...

"Si el amor debe ser inolvidable, las casualidades deben volar hacia él desde el primer momento, como los pájaros hacia los hombros de San Francisco de Asís..."


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La insoportable levedad del Ser...
(Milan Kundera)
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"Llegó al día siguiente al anochecer, llevaba un bolso colgado del hombro con una correa larga y le pareció más elegante que la otra vez. Tenía en la mano un libro grueso. Era Ana Karenina de Tolstoi. Su comportamiento era alegre, incluso un tanto ruidoso, y trataba de que pareciera que había ido a verle por casualidad, gracias a una feliz coincidencia: estaba en Praga por motivos de trabajo o quizá (sus explicaciones eran muy confusas) para ver si encontraba un trabajo...

Por casualidad, ella había ido a su casa sin que él lo advirtiese. Llevaba en la mano un frasco de calmante, se lo estaba bebiendo y el temblor de la mano hacía que el cristal le golpeara los dientes...

Desde el primer día de la ocupación, los aviones rusos volaban durante toda la noche sobre Praga. Tomás se había desacostumbrado a aquel ruido y no podía dormir. Daba vueltas en la cama mientras Teresa dormía y se acordaba de lo que había dicho hacía tiempo en una conversación intrascendente. Estaban hablando de su amigo Z. y ella afirmó: «Si no te hubiera encontrado a ti, seguro que me hubiera enamorado de él». Ya en esa ocasión aquellas palabras le produjeron a Tomás una extraña melancolía. Y es que de pronto se dio cuenta de que era mera casualidad el que Teresa lo amase a él y no a su amigo Z. Se dio cuenta de que, además del amor de ella por Tomás, hecho realidad, existe en el reino de lo posible una cantidad infinita de amores no realizados por otros hombres. Todos consideramos impensable que el amor de nuestra vida pueda ser algo leve, sin peso; creemos que nuestro amor es algo que tenía que ser; que sin él nuestra vida no sería nuestra vida. Nos parece que el propio huraño Beethoven, con su terrible melena, toca para nuestro gran amor su «es muss sein!». Tomás se acordaba del comentario de Teresa sobre el amigo Z. y constataba que la historia del amor de su vida no iba acompañada del sonido de ningún «es muss sein!», sino más bien por el de «es kónnte auch anders sein»: también podía haber sido de otro modo. Hace siete años se produjo casualmente en el hospital de la ciudad de Teresa un complicado caso de enfermedad cerebral, a causa del cual llamaron con urgencia a consulta al director del hospital de Tomás. Pero el director tenía casualmente una ciática, no podía moverse y envió en su lugar a Tomás a aquel hospital local. En la ciudad había cinco hoteles, pero Tomás fue a parar casualmente justo a aquél donde trabajaba Teresa. Casualmente le sobró un poco de tiempo para ir al restaurante antes de la salida del tren. Teresa casualmente estaba de servicio y casualmente atendió la mesa de Tomás. Hizo falta que se produjeran seis casualidades para empujar a Tomás hacia Teresa, como si él mismo no tuviera ganas. Regresó a Bohemia por su causa. Una decisión tan trascendental se basaba en un amor tan casual que no hubiera existido si su jefe no hubiera tenido la ciática hacía siete años. Y aquella mujer, aquella personificación de la casualidad absoluta yace ahora a su lado y respira profundamente mientras duerme. Estaba ya bien entrada la noche. Sentía que le empezaba a doler el estómago, tal como solía ocurrirle en los momentos de angustia. La respiración de ella se transformó una o dos veces en un suave ronquido. Tomás no sentía en su interior ninguna clase de compasión. Lo único que sentía era la presión en el estómago y la desesperación por haber regresado...


Cuando Tomás regresó de Zurich a Praga, le invadió una sensación de malestar al pensar que su encuentro con Teresa había sido producido por seis casualidades improbables. ¿Pero un acontecimiento no es tanto más significativo y privilegiado cuantas más casualidades sean necesarias para producirlo? Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla. Tratamos de leer en ella como leen las gitanas las figuras formadas por el poso del café en el fondo de la taza. Tomás apareció ante Teresa en el restaurante como la casualidad absoluta. Estaba sentado junto a un libro abierto. Levantó la vista hacia Teresa y sonrió: «Un coñac». En ese momento sonaba la música en la radio. Teresa fue a la barra a buscar el coñac y giró el botón de la radio para que sonase aún más alta. Reconoció a Beethoven. Le conocía de cuando vino a su ciudad un cuarteto de Praga. Teresa (quien, como sabemos deseaba algo «más elevado») fue al concierto. La sala estaba vacía. Además de ella sólo estaban el farmacéutico local y su mujer. De modo que en el escenario había un cuarteto de músicos y en la sala un trío de oyentes, pero los músicos fueron tan amables que no suspendieron el concierto y tocaron toda la noche, para ellos solos, los tres últimos cuartetos de BeethovenDespués el farmacéutico invitó a los músicos a cenar y le pidió a la oyente desconocida que les acompañara. Desde entonces Beethoven se convirtió en la imagen del mundo al otro lado, del mundo que deseaba. Mientras le llevaba el coñac a Tomás desde la barra, trataba de interpretar aquella casualidad: ¿cómo es posible que precisamente mientras le lleva el coñac a ese desconocido que le gusta, oiga a BeethovenNo es la necesidad, sino la casualidad, la que está llena de encantos. Si el amor debe ser inolvidable, las casualidades deben volar hacia él desde el primer momento, como los pájaros hacia los hombros de San Francisco de Asís...


Estaba sentado en un banco amarillo desde el cual se veía la entrada al restaurante. ¡Precisamente en aquel banco había estado sentada ayer con un libro en el regazo! En aquel momento supo (los pájaros de la casualidad volaban hacia sus hombros) que aquel hombre desconocido le estaba predestinado. La llamó, la invitó a que se sentase junto a él. (Los marinos de su alma salieron corriendo a la cubierta del cuerpo.) Luego lo acompañó a la estación y, al despedirse él, le dio su tarjeta con su número de teléfono: «Si alguna vez viene por casualidad a Praga...».

Mucho más que la tarjeta que le entregó en el último momento, fueron las instrucciones de la casualidad (el libro, Beethoven, el número seis, el banco amarillo del parque) las que le dieron el valor para irse de casa y cambiar su destino. Fueron posiblemente aquellas casualidades (por lo demás bastante modestas, grises, francamente dignas de aquella ciudad insignificante) las que pusieron su amor en movimiento y se convirtieron en una fuente de energía que ella no agotará hasta el fin de su vida. Nuestra vida cotidiana es bombardeada por casualidades, más exactamente por encuentros casuales de personas y acontecimientos a los que se llama coincidencias  Coincidencia significa que dos acontecimientos inesperados ocurren al mismo tiempo, que se encuentran: Tomás aparece en el restaurante y al mismo tiempo suena la música de Beethoven  La gente no se percata de la inmensa mayoría de estas coincidencias. Si en el restaurante estuviera el carnicero local en lugar de Tomás, Teresa no se hubiera dado cuenta de que en la radio sonaba Beethoven (aunque el encuentro entre Beethoven y un carnicero es también una interesante coincidencia). Sin embargo, el amor, que se estaba aproximando, había exacerbado su sentido de la belleza y ella ya nunca olvidará aquella música. Cada vez que la oiga se conmoverá. Todo lo que ocurra en ese momento a su alrededor estará iluminado por aquella música y se hará hermoso...

 Al comienzo de la novela que llevaba bajo el brazo cuando llegó a casa de Tomás, Ana se encuentra con Vronsky en circunstancias extrañas. Están en un andén en el cual alguien ha caído bajo las ruedas del tren. Al final de la novela, la que se lanza bajo las ruedas del tren es Ana. Esta composición simétrica, en la que aparece el mismo motivo al comienzo y al final, puede parecer muy «novelada». De acuerdo, pero con la condición de que la palabra «novelado» no se entienda en el sentido de «inventado», «artificial», «que no se parece a la vida». Porque es precisamente así como se componen las vidas humanas. Se componen como una pieza de música. El hombre, llevado por su sentido de la belleza, convierte un acontecimiento 
casual (la música de Beethoven  una muerte en la estación) en un motivo que pasa ya a formar parte de la composición de su vida. Regresa a él, lo repite, lo varía, lo desarrolla como el compositor el tema de su sonata. Ana se hubiera podido quitar la vida de otro modo. Pero el motivo de la estación y la muerte, ese motivo inolvidable unido al nacimiento del amor, la atraía con su oscura belleza en el momento de la desesperación. Sin saberlo, el hombre compone su vida de acuerdo con las leyes de la belleza aun en los momentos de más profunda desesperación. Por eso no es posible echarle en cara a la novela que esté fascinada por los secretos encuentros de las casualidades (como el encuentro de Vronsky, Ana, el andén y la muerte o el encuentro de Beethoven, Tomás, Teresa y el coñac), pero es posible echarle en cara al hombre el estar ciego en su vida cotidiana con respecto a tales casualidades y dejar así que su vida pierda la dimensión de la belleza...


Tras haber sido despertada por los pájaros de la 
casualidad, que se posaban en sus hombros, y sin decirle nada a su madre, cogió una semana de vacaciones y tomó el tren. Iba con frecuencia al retrete a mirarse al espejo y pedirle a su alma que en el día decisivo de su vida no abandonase ni por un segundo la cubierta de su cuerpo. Mientras estaba así, mirándose, de pronto se asustó: sintió una punzada en la garganta. ¿Iría a enfermarse en el día decisivo de su vida?...

Volvemos a un instante que ya conocemos. Tomás estaba desesperado y le dolía el estómago. No se durmió hasta muy entrada la noche. Poco después se despertó Teresa. (Los aviones rusos sobrevolaban Praga y con ese ruido no se podía dormir.) Su primer pensamiento fue: Ha vuelto por culpa de ella. Por su culpa cambió su destino. Ahora no tendrá él que hacerse responsable de ella, ahora tiene ella que hacerse responsable de él.
Aquella responsabilidad le parecía superior a sus fuerzas. Pero luego se acordó de que ayer, poco después de aparecer él en la puerta de la casa, sonaron en una iglesia de Praga las seis de la tarde. La primera vez que se vieron, ella terminaba de trabajar a las seis. Lo había visto sentado en el banco amarillo y había oído sonar las campanas de la torre. No, no fue la superstición, fue su sentido de la belleza el que la liberó de la angustia y la llenó de ganas de vivir. Los pájaros de la casualidad volvían a posarse en su hombro. Tenía lágrimas en los ojos y estaba inmensamente feliz de oírle respirar a su lado...

Hace años, al partir de Zurich hacia Praga, Tomás se decía en silencio «es muss sein!» y pensaba entonces en su amor por Teresa. Pero aquella misma noche empezó a dudar de si, en verdad, había tenido que ser: se daba cuenta de que lo que lo había llevado hacia Teresa era sólo una cadena de ridículas casualidades que le habían sucedido siete años atrás (el principio fue el lumbago de su jefe) y de que sólo por esa causa regresaba ahora a una jaula de la que no habría escapatoria. ¿Quiere decir eso que en su vida no hubo ningún «es muss sein!», que no hubo nada realmente ineluctable? Creo que sí lo hubo. No fue el amor  fue la profesión. A la medicina no lo condujo ni la casualidad ni el cálculo racional sino un profundo anhelo interior...

¿Obligación? ¿Su hijo le va a recordar cuáles son sus obligaciones? ¡Esa era la peor palabra que nadie podía decirle! Volvió a tener ante sus ojos la imagen de Teresa cogiendo la corneja en su regazo. Recordó que ayer la había molestado un social en el bar. Le vuelven a temblar las manos. Ha envejecido. Ella es lo único que le importa. Ella, nacida de seis casualidades, ella, que floreció del lumbago del médico jefe, ella, que está al otro lado de todos los «es muss sein!», ella es lo único que le importa...


Volvían en coche a casa y Tomás iba pensando que el regreso de Zurich a Praga había sido para ellos un error catastrófico. Miraba fijamente la carretera porque no quería ver a Teresa. Sentía rabia hacia ella. La presencia de ella a su lado aparecía ahora en toda su insoportable casualidad. ¿Por qué estaba junto a él? ¿Quién la había metido en el cesto y la había enviado río abajo? ¿Y por qué la habían mandado precisamente a la orilla de su cama? ¿Y por qué precisamente a ella y no a alguna otra mujer?...

Se imaginó que estaba viviendo en un mundo ideal con la muchacha del sueño. Junto a las ventanas abiertas de su residencia pasa Teresa. Está sola, se detiene en medio de la acera y desde allí lo mira, con una mirada de infinita tristeza. Y él no soporta aquella mirada. ¡Siente otra vez el dolor de ella en su propio corazón! Está otra vez en poder de la compasión y se hunde en el alma de ella. Atraviesa de un salto la ventana. Pero ella le dice amargamente que se quede allí donde se siente feliz y hace aquellos gestos bruscos y crispados que le disgustaban en ella y que siempre le habían molestado. Coge aquellas manos nerviosas y las estrecha entre las suyas para calmarlas. Y sabe que abandonaría en cualquier momento la casa de su felicidad, que abandonaría en cualquier momento su paraíso en el que vive con la muchacha del sueño, que traicionaría el «es muss sein!» de su amor para irse con Teresa, la mujer nacida de seis ridículas casualidades..."