Mundo Fusion

lunes, enero 09, 2017

La Filosofía Perenne...

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La Filosofía Perenne
(Aldous Huxley) 
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"Philosophia Perennis: la frase fue acuñada por Leibniz; pero la cosa —la metafísica que reconoce una divina Realidad en el mundo de las cosas, vidas y mentes; la psicología que encuentra en el alma algo similar a la divina Realidad, o aun idéntico a ella; la ética que pone la última finalidad del hombre en el conocimiento de la Base inmanente y trascendente de todo el ser—, la cosa es inmemorial y universal. Pueden hallarse rudimentos de la Filosofía Perenne en las tradiciones de los pueblos primitivos en todas las regiones del mundo, y en sus formas plenamente desarrolladas tiene su lugar en cada una de las religiones superiores. Una versión de este Máximo Factor Común en todas las precedentes y subsiguientes teologías fue por primera vez escrita hace más de veinticinco siglos, y desde entonces el inagotable tema ha sido tratado una y otra vez desde el punto de vista de cada una de las tradiciones religiosas y en todos los principales idiomas de Asia y Europa..."

"(...) Podemos comprender algo de lo que está más allá de nuestra experiencia considerando casos análogos que se hallan dentro de ella. Así, las relaciones subsistentes entre el mundo y Dios y entre Dios y la Divinidad parecen ser análogas, en cierto grado por lo menos, a las existentes entre el cuerpo (con lo que lo rodea) y la psique, y entre la psique y el espíritu. A la luz de lo que sabemos sobre las segundas —y lo que sabemos no es, infortunadamente, mucho— acaso seamos capaces de formarnos algunas nociones, no demasiado inadecuadas, de las primeras. 

La mente afecta al cuerpo de cuatro modos: subconscientemente, mediante la inteligencia fisiológica, increíblemente sutil, que Driesch hipostatizó con el nombre de entelequia; conscientemente, por actos premeditados de la voluntad; subconscientemente también, por la reacción, en el organismo físico, de estados emotivos que no tienen nada que ver con los órganos o procesos sobre los cuales reaccionan; y, sea consciente o subconscientemente, en ciertas manifestaciones "supranormales". Fuera del cuerpo, la materia puede ser influida por la mente de dos modos; primero, por medio del cuerpo y, segundo, por un proceso "supranormal", recién estudiado en condiciones de laboratorio y descrito como "el efecto PK". De modo similar, la mente puede establecer relaciones con otras mentes, ora indirectamente, ordenando a su cuerpo emprender actividades simbólicas, tales como hablar o escribir; o "supranormalmente", por la vía directa de la lectura del pensamiento, telepatía, percepción extrasensoria.

Consideremos estas relaciones algo más detalladamente. En ciertas esferas, la inteligencia fisiológica obra por iniciativa propia, como cuando dirige, por ejemplo, la incesante función respiratoria, o la asimiladora. En otras, actúa a requerimiento de la mente consciente, como cuando tenemos la voluntad de cumplir alguna acción, pero no actuamos ni podemos actuar los medios musculares, glandulares, nerviosos y vasculares que llevan al fin deseado. El acto, aparentemente simple, del remedo, ilustra bien el extraordinario carácter de los hechos realizados por la inteligencia fisiológica. Cuando un loro (empleando, recordémoslo bien, pico, lengua y garganta de ave) imita los sones producidos por los labios, dientes, paladar y cuerdas vocales de un hombre que articula palabras, ¿qué es lo que precisamente sucede? Respondiendo de algún modo, todavía enteramente incomprendido, al deseo de la mente consciente, de imitar algún suceso recordado o inmediatamente percibido, la inteligencia fisiológica pone en marcha gran número de músculos y coordina sus esfuerzos con tan exquisita destreza que el resultado es una copia más o menos perfecta del original. Obrando en su propio plano, la mente consciente, no ya de un loro, sino del ser humano mejor dotado, se hallaría completamente desconcertada ante un problema de complejidad comparable.
 
Como ejemplo del tercer modo en que nuestras mentes afectan la materia, podemos citar el familiarísimo fenómeno de la "indigestión nerviosa". En ciertas personas hacen su aparición síntomas de dispepsia cuando la mente consciente está turbada por emociones negativas como temor, envidia, ira u odio. Estas emociones van dirigidas a sucesos o personas del ambiente externo; pero de algún modo afectan adversamente la inteligencia fisiológica, y este desarreglo da por resultado, entre otras cosas, la "indigestión nerviosa". Se ha descubierto que, de la tuberculosis y la úlcera gástrica a enfermedades del corazón y aun caries dentales, numerosas dolencias físicas están estrechamente relacionadas con ciertos indeseables estados de la mente consciente. Recíprocamente, todo médico sabe que un paciente tranquilo y animado tiene más probabilidades de reponerse que el que se siente agitado y deprimido.

Finalmente, llegamos a ocurrencias tales como la curación por la fe y la levitación —ocurrencias "supra-normalmente" extrañas, sin embargo apoyadas por montones de testimonios que es difícil descontar completamente. Ignoramos cómo la fe cura enfermedades (sea en Lourdes o en el despacho del hipnotizador) o cómo San José de Cupertino pudo prescindir de las leyes de la gravitación. (Pero recordemos que nuestra ignorancia no es menor acerca de la manera como mentes y cuerpos están relacionados en las más ordinarias actividades cotidianas.) Del mismo modo,
no podemos formarnos idea alguna del modus operandi de lo que el profesor Rhine llama el efecto PK. Sin embargo, el hecho de que la caída de los dados puede ser influida por los estados mentales de ciertos individuos parece haberse establecido ya fuera de toda posibilidad de duda. Y si el efecto PK puede demostrarse en el laboratorio y medirse por métodos estadísticos, es obvio que la credibilidad intrínseca de las esparcidas pruebas anecdóticas de la influencia directa de la mente sobre la materia, no solamente dentro del cuerpo sino fuera, en el mundo externo, es por ello notablemente aumentada. Lo mismo ocurre con la percepción extrasensorial. Aparentes ejemplos de ésta se presentan constantemente en la vida ordinaria. Pero la ciencia es casi impotente para habérselas con el caso particular, el ejemplo aislado. Elevando su ineptitud metodológica al rango de criterio de la verdad, científicos dogmáticos han estigmatizado todo lo que se encuentra más allá de la esfera de su limitada competencia como irreal y aun imposible. Pero cuando las pruebas de la ESP pueden repetirse en condiciones regularizadas, la materia entra en la jurisdicción de la ley de probabilidades y logra (¡contra qué apasionada oposición!) cierto grado de respetabilidad científica. 

Tales, muy breve y escuetamente expuestas, son las cosas más importantes que sabemos de la mente acerca de su capacidad para influir la materia. Fundándonos en este modesto conocimiento sobre nosotros mismos, ¿qué tenemos derecho a concluir respecto al divino objeto de nuestra casi total ignorancia?

Primero, en cuanto a la creación: si una mente humana puede influir directamente la materia, no solamente dentro de su cuerpo, sino también fuera de él, puede presumirse que una mente divina, inmanente en el universo o trascendente hacia él, será capaz de imponer formas a un preexistente caos de materia amorfa, o aun, quizá, de dar, con su pensamiento, existencia a la sustancia, así como a las formas.

Una vez creado o divinamente informado, el universo ha de ser sustentado. La necesidad de una continua recreación del mundo se pone de manifiesto según Descartes, "cuando consideramos la naturaleza del tiempo, o la duración de las cosas; pues ésta es de tal carácter que sus partes no son mutuamente dependientes y nunca son coexistentes; y, por tanto del hecho de que somos ahora no se sigue necesariamente que seremos después, de no ser que alguna causa, a saber, la que primero nos produjo, vaya, por así decirlo, reproduciéndonos constantemente, esto es, nos conserve". Parece que tenemos aquí algo análogo, en el plano cósmico, a la inteligencia fisiológica que, en los hombres y los animales inferiores, realiza vigilantemente la tarea de hacer que nuestros cuerpos funcionen como es debido. En el hecho, la inteligencia fisiológica puede plausiblemente considerarse como un aspecto especial del general Logos recreador. En la fraseología china es el Tao según se manifiesta en el plano de los cuerpos vivientes.

Los cuerpos de los seres humanos son afectados por el buen o mal estado de sus mentes. De modo análogo, la existencia, en el corazón de las cosas, de una serenidad y buena voluntad divinas puede considerarse como una de las razones por las que la enfermedad del mundo, aunque crónica, no ha resultado fatal. Y si, en el universo psíquico, hubiese otras conciencias, más que humanas, obsesionadas por pensamientos de maldad, egoísmo y rebelión, ello explicaría quizás algunas de las más extravagantes e improbables perversidades de la conducta humana. Los actos queridos por nuestras mentes se cumplen sea por medio de la inteligencia fisiológica y el cuerpo o, muy excepcionalmente y en limitada extensión, por medios directos supranormales de la variedad PK. Análogamente, las situaciones físicas queridas por una Providencia divina pueden ser dispuestas por una Mente perpetuamente creadora que sustenta el universo —y en este caso la Providencia cumplirá su tarea por medios completamente naturales, o en otro caso, de modo muy excepcional, la divina Mente puede actuar en forma directa sobre el universo desde fuera, por así decirlo— y en este caso las obras de la Providencia y los dones de la gracia aparecerán como milagrosos. De modo análogo, la divina Mente puede decidir comunicarse con mentes finitas, sea manipulando el mundo de los hombres y las cosas de manera que la mente particular que ha de ser alcanzada en aquel momento hallará significativas; o, en otro caso, puede haber comunicación directa por algo parecido a la transmisión del pensamiento..."