El Paraíso Perdido....
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El Paraiso Perdido
(John Milton)
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"Mejor reinar en el Infierno que servir en el Empíreo..."
"(...)A lo que el Tentador repuso malicioso:
«¿De verdad? ¿Ha dicho Dios, pues, que del fruto
"(...)A lo que el Tentador repuso malicioso:
«¿De verdad? ¿Ha dicho Dios, pues, que del fruto
De
estos árboles del Paraíso no podéis comer,
Mas
os declara Amos de la tierra toda o aire?».
A
quien Eva, todavía inmaculada: «Frutos nos permite
De
cualquiera de los árboles en el Jardín,
Mas
del fruto de este bello Árbol que hay en medio
Del
Jardín, ha dicho Dios: “No probaréis
De
él, tampoco lo toquéis, no sea que muráis”».
Apenas lo dijera, breve, cuando más audaz ahora
Apenas lo dijera, breve, cuando más audaz ahora
El
Tentador, mas exhibiendo amor y celo
Por
el hombre, indignación por el agravio,
Nuevo
tono adopta y, cual movido a la pasión,
Fluctúa
perturbado, aún prudente, y teatral
Se
eleva como a dar comienzo a gran materia.
Como
aquellos oradores de renombre, antiguamente,
En
Atenas o en la Roma libre, donde la elocuencia
Floreció
—después silente—, defendiendo causa grande,
Aguardaba
concentrado, mientras cada parte,
Movimiento,
cada gesto, le ganaba audiencia
Antes
que su lengua comenzase épica: demora
De
prefacio no le admite el ansia justiciera.
Así
erguido, removiéndose, alzando envergadura,
Apasionado
el Tentador así empezó:
«Oh
sagrada, sabia, planta que saber otorgas,
Madre
de la ciencia, ahora siento tu poder
En
mí con claridad, no sólo en discernir
Las
cosas en sus causas, sino hallar la vía
De
mayúsculos Agentes, sabios que se piensen.
Reina
de este Universo, no te creas
Esas
amenazas rígidas de muerte, pues no moriréis;
¿Cómo
así? ¿Por el fruto? Os da la vida
Del
conocimiento. ¿Por quien amenaza? Mírame,
Pues
yo he tocado y he gustado, pero vivo
Y
vida más perfecta he conseguido que el destino
Quiso,
atreviéndome a vencer mi suerte.
¿Tendrá
cerrado el hombre el camino abierto
Al
animal? ¿O acaso Dios en cólera arderá
Por
travesura tan pequeña, no elogiando,
Antes
bien, tu intrépida virtud, pues ni el daño
Anunciado
de la muerte, sea muerte lo que sea,
Te
impidió aspirar a lo que lleva a vida
Más
dichosa, el Saber del Bien y el Mal.
¿Del
Bien? ¡Qué justo! ¿Del Mal?, si el Mal
Existe
¿por qué no conocerlo, por mejor rehuirlo?
Dios,
por ello, no podría haceros daño, siendo justo;
¿Justo
no?, tampoco Dios; no temido, no escuchado:
Vuestro
miedo de la muerte el miedo mismo extingue.
¿Por
qué prohibido, pues, sino por asustar?
¿Por
qué, sino por manteneros bajos e ignorantes,
Sus
devotos?, porque sabe que en el día
Que
comáis de él, vuestros ojos, que parecen claros
Mas
son turbios, se abrirán entonces,
Claros
por completo, y seréis cual Dioses,
Del
Bien y Mal conocedores como ellos.
Que
seáis vosotros Dioses, si hombre yo,
Hombre
interno, expresa proporción:
De
bruto yo a humano; de humanos, Dioses.
Así,
quizá muráis después de todo, desnudándoos
Del
hombre por vestir al Dios: deseable muerte,
Aunque
usada por coacción, no trayendo fin peor.
¿Y
qué son los Dioses, que no pueda ser el hombre
Igual,
si participa de divinos alimentos?
Los
Dioses fueron antes y usan su ventaja
Para
convencernos de que todo viene de ellos.
Yo
lo dudo, pues veo esta Tierra bella
Calentada
por el Sol, gestando toda especie:
Ellos
nada. Si ellos todo, ¿quién guardó
En
este Árbol el Saber del Bien y el Mal,
Que
así quien come de él, de súbito consigue
Conocer
sin su permiso? ¿Y dónde está
La
ofensa, en que el hombre sepa?
¿En
qué lo dañaría vuestra ciencia, o este Árbol
Qué
daría en contra de él, si todo es suyo?
¿O
es envidia, y podrá morar la envidia
En
pecho empíreo? Esta, esta idea y muchas más
Indican
cuánto necesitas el hermoso fruto.
Diosa
humana, toma de él y, libre, pruébalo..."
"Vivamos
pues aquí, caídos mas contentos..."
"(...)Aquí se tuvo; y el Arcángel
pronto estuvo cerca,
No
en su forma celestial, sino cual hombre guarnecido
Para
trato humano; sobre la armadura refulgente,
Su
gonela militar de púrpura fluida le caía
Más
brillante que la melibea, o la púrpura
De
Sarra, que llevaron reyes, héroes en lo antiguo,
En
las épocas de tregua; Iris misma la tiñera.
Su
yelmo astral deshebiliado lo mostraba joven,
En
la cima de su lozanía; a un costado,
Como
en fúlgido zodiaco, la espada le pendía,
El
terror de Satanás, y portaba lanza en mano.
Se
inclinó Adán sumiso; regio el otro, obvió
La
reverencia, declarando así su cometido:
«Adán,
mandato celestial no exige prólogo:
Baste
pues que tus plegarias son oídas y la Muerte,
Por
sentencia merecida al transgredir,
Hurtada
es de su presa muchos días,
Para
ti de gracia, en que podrás arrepentirte
Y
una mala acción cubrir con múltiple bondad.
Bien
puede que, aplacado Dios entonces,
Del
voraz imperativo de la Muerte te redima;
Mas
que sigas habitando en este Paraíso
No
lo acepta. He venido a desterrarte,
Y
expulsarte del Jardín a cultivar la tierra
De
que fuiste tú formado, suelo más acorde..."
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