Mundo Fusion

viernes, junio 27, 2014

El Espíritu de la Naturaleza...

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 El Espíritu de la Naturaleza
Ralph Waldo Emerson
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"[...] Para estar en soledad, un hombre necesita apartarse tanto de la sociedad como de su propio cuarto. Yo no estoy a solas cuando leo y escribo, aunque nadie esté conmigo. Si el hombre ha de estar solo, que mire las estrellas. Los rayos que vienen de esos mundos celestiales se interpondrán entre él y lo que toca. Se diría que la atmósfera ha sido hecha transparente con esta intención: brindar al hombre, en los cuerpos celestes, la presencia perpetua de lo sublime. Vistos los astros desde las calles de la ciudad, ¡cuánta es su grandeza! Si las estrellas aparecieran una noche en mil años, ¡cómo creerían en ellas los hombres y las adorarían, y preservarían por muchas generaciones el recuerdo de la ciudad de Dios que les fue mostrada! Sin embargo, estos emisarios de la belleza llegan noche tras noche y alumbran el universo con su sonrisa admonitoria...



Los astros despiertan cierta reverencia, pues aunque siempre están presentes, son inaccesibles; mas todos los objetos naturales ejercen análoga impresión cuando la mente está abierta a su influjo. La naturaleza nunca muestra una apariencia vulgar. Ni el más sabio de los hombres puede arrancarle su secreto ni es capaz de calmar su curiosidad descubriendo toda su perfección. Para los espíritus sabios, la naturaleza jamás fue un juguete; las flores, los animales, las montañas reflejaron la sabiduría de sus mejores años, tal como habían deleitado la simplicidad de su niñez...

[...] Para ser francos, pocos adultos son capaces de ver la naturaleza. La mayoría de las personas no ve el sol. Al menos, tiene una visión muy superficial de él. El sol ilumina únicamente el ojo del hombre, pero resplandece en cambio en el ojo y en el corazón del niño. El amante de la naturaleza es aquel cuyos sentidos interiores y exteriores aún siguen amoldados verdaderamente el uno al otro; aquel que ha conservado en su madurez el espíritu de la infancia. Su comercio con el cielo y con la tierra se vuelve parte de su diario sustento. Pese a sus reales tribulaciones, en presencia de la naturaleza, lo recorre un salvaje deleite. La naturaleza dice: He aquí mi criatura, y a pesar de sus impertinentes aflicciones, conmigo estará contenta. No sólo el sol y el verano, sino cada hora y cada estación del año rinden su tributo de goce; pues cada hora y cada cambio, desde el sofocante mediodía hasta la noche tenebrosa, corresponden a un distinto estado mental y lo avalan. La naturaleza es un escenario que se adapta igualmente bien para una pieza cómica o trágica. Cuando uno está sano, el aire es un licor de increíbles virtudes. Cruzando sobre la nieve fresca un campo despoblado, bajo un cielo nuboso y crepuscular, y sin que me viniera a la mente ningún augurio particularmente bueno, sentí una exaltación perfecta, un contento lindante con el temor...

Mujer frente al sol poniente
(Caspar David Friedich)

"[...] El problema de reinstaurar en el mundo la belleza original y eterna es resuelto mediante la redención del alma. Las ruinas o el vacío que vemos cuando miramos la naturaleza están en nuestros propios ojos. El eje de la visión no coincide con el eje de las cosas, y entonces, en lugar de resultarnos transparentes nos parecen opacas. El motivo por el cual el mundo carece de unidad y yace en fragmentos y montículos dispersos, es que el hombre no está unido consigo mismo. No podrá ser un naturalista hasta que satisfaga todas las demandas del espíritu; y este demanda amor no menos que percepción. En verdad, ni el amor es perfecto sin la percepción, ni esta lo es sin aquel. En el significado último de las palabras, el pensamiento es devoción, y la devoción, pensamiento. La profundidad convoca a la profundidad. Pero en la vida real, no se celebran las nupcias. Hay hombres inocentes que veneran a Dios, siguiendo la tradición de sus antepasados, sin haber hecho extensivo su sentido del deber al uso de todas sus facultades; y hay naturalistas tesoneros que congelan con la luz invernal del entendimiento lo que examinan. ¿No es la plegaria, acaso, también un estudio de la verdad, un arrojarse del alma en lo infinito no encontrado aún? Nadie rezó jamás intensamente sin aprender algo. El día en que un fiel pensador, resuelto a apartar cada objeto de las relaciones personales y verlo a la luz del pensamiento, avive al mismo tiempo a la ciencia con el fuego de los sentimientos más sagrados, Dios emergerá otra vez en la creación...

Cuando la mente se halle preparada para ese estudio, no necesitará buscar objetos. La invariable señal de la sabiduría es ver lo milagroso en lo corriente. ¿Qué es un día? ¿Qué es un año? ¿Qué, el verano? ¿Qué, una mujer? ¿Qué, un niño? ¿Qué, el dormir? Estas cosas le parecen intrascendentes a nuestra ceguera. Construimos fábulas para ocultar la desnudez del hecho y adecuarlo, como solemos decir, a las leyes superiores de la mente; pero cuando el hecho es visto a la luz de una idea, la ornamentada fábula se desmorona y reseca, y contemplamos la verdadera ley superior. Por ello, para el sabio, un hecho es auténtica poesía y la más hermosa de las fábulas. Y estas maravillas os son traídas hasta las puertas mismas de vuestra casa...

Llegaremos así, a ver con nuevos ojos el mundo. Y el mundo responderá al perenne interrogante del intelecto ¿Qué es la verdad? y de los sentimientos -¿Qué es el bien?- sometiéndose pasivamente a la educada Voluntad. Sucederá entonces lo que anunció mi poeta: "La naturaleza no es estática sino fluida. El espíritu la altera, la modela, la plasma. La inmovilidad o brutalidad de la naturaleza es ausencia de espíritu; para el espíritu puro, ella es fluida, volátil, obediente. Cada espíritu se construye una morada, y más allá de esa morada un mundo, y más allá de ese mundo un cielo. Sabed, pues, que el mundo existe para vos. Y para vos es el fenómeno perfecto. Sólo podemos ver lo que somos. Todo cuanto tuvo Adán, todo cuanto pudo César, vos lo tenéis y podéis. Adán llamó cielo y tierra a su morada; César, la llamó Roma; tal vez vos la llaméis un taller de zapatero, cincuenta hectáreas de tierras labrantías o la buhardilla de un estudioso; pero línea a línea y punto a punto vuestro dominio es tan vasto como el de aquellos, aunque no ostente finos nombres...

Construid, pues, vuestro propio mundo. A medida que ajustéis vuestra vida a la idea pura que tenéis en la mente, esta desplegará sus grandes proporciones. Una correspondiente revolución en las cosas acompañará al influjo del espíritu. Pronto se diluirán las desagradables apariencias, la canalla, los insectos, las víboras, las pestes, los manicomios, las prisiones, los enemigos: todo ello es pasajero y no será visto más. La sordidez y las inmundicias de la naturaleza serán secadas por el sol y barridas por los vientos. Como cuando el verano que sube desde el sur funde la nieve y entonces la tierra muestra su verde rostro, así el espíritu, en su avance, irá creando sus adornos y trayendo consigo la belleza que él envía y el canto que la hechiza; trazara en torno de sí caras hermosas, cálidos corazones, sabios argumentos y actos heroicos, hasta que el mal no se vea ya. Entrará al reinado del hombre sobre la naturaleza, que no proviene de la observación -un dominio que ahora trasciende su sueño de Dios-, sin maravillarse menos que el ciego al que poco a poco se le ha restituido la visión perfecta..."