Mundo Fusion

martes, abril 14, 2015

137...

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La partícula divina
Si el Universo es la respuesta, cuál es la pregunta?
Leon Lederman
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"Conducid hacia el este por Pine Street, alejándoos del Wilson Hall, y llegaréis a varias instalaciones importantes más, entre ellas la del detector del colisionador (el CDF), que se ha diseñado para sacar el mayor partido de nuestros descubrimientos de la materia, y el recientemente construido Centro de Ordenadores Richard P. Feynman, cuyo nombre le viene del gran teórico del Cal Tech que murió hace sólo unos pocos años. Seguid conduciendo; acabaréis llegando a Eola Road. Girad a la derecha y tirad adelante durante un kilómetro y pico o así, y veréis a la izquierda una casa de campo de hace ciento cincuenta años, Ahí viví yo mientras fui el director: en el 137 de Eola Road. No son las señas oficiales. Es sólo el número que decidí ponerle a la casa.

Fue Richard Feynman, precisamente, quien sugirió que todos los físicos pusiesen un cartel en sus despachos o en sus casas que les recordara cuánto es lo que no sabemos. En el cartel no pondría nada más que esto: 137. Ciento treinta y siete es el inverso de algo que lleva el nombre de constante de estructura fina. Este número guarda relación con la probabilidad de que un electrón emita o absorba un fotón. La constante de estructura fina responde también al nombre de alfa, y sale de dividir el cuadrado de la carga del electrón por el producto de la velocidad de la luz y la constante de Planck. Tanta palabra no significa otra cosa sino que ese solo número, 137, encierra los meollos del electromagnetismo (el electrón), la relatividad (la velocidad de la luz) y la teoría cuántica (la constante de Planck). Menos perturbador sería que la relación entre todos estos importantes conceptos hubiera resultado ser un uno o un tres o quizás un múltiplo de pi. Pero ¿137?

Lo más notable de este notable número es su adimensionalidad. La velocidad de la luz es de unos 300.000 kilómetros por segundo. Abraham Lincoln medía 1,98 metros. La mayoría de los números vienen con dimensiones. Pero resulta que cuando uno combina las magnitudes que componen alfa, ¡se borran todas las unidades! El 137 está solo: se exhibe desnudo a donde va. Esto quiere decir que a los científicos de Marte, o a los del decimocuarto planeta de la estrella Sirio, aunque usen Dios sabe qué unidades para la carga y la velocidad y qué versión de la constante de Planck, también les saldrá 137. Es un número puro.

Los físicos se han devanado los sesos con el 137 durante los últimos cincuenta años. Werner Heisenberg proclamó una vez que todas las fuentes de perplejidad que hay en la mecánica cuántica se secarían en cuanto el 137 se explicase definitivamente. Les digo a mis alumnos de carrera que, si alguna vez se encuentran en un aprieto en una gran ciudad de cualquier parte del mundo, escriban «137» en un cartel y lo levanten en la esquina de unas calles concurridas. Al final, un físico acabará por ver que están en apuros y vendrá en su ayuda. (Que yo sepa, nadie ha puesto esto en práctica, pero debería funcionar.)

Una de las historias maravillosas (pero no verificadas) que en el mundillo de la física se cuentan destaca la importancia del 137 y a la vez ilustra la arrogancia de los teóricos. Según este cuento, un notable físico matemático austriaco, y suizo por elección, Wolfgang Pauli, fue, se nos asegura, al cielo, y, por su eminencia como físico, se le concedió una audiencia con Dios.

Pauli, se te permite una pregunta. ¿Qué quieres saber?

Pauli hizo inmediatamente la pregunta que en vano se había esforzado en responder durante los últimos diez años de su vida: «¿Por qué es alfa igual a uno partido por ciento treinta y siete?».

Dios sonrió, cogió la tiza y se puso a escribir ecuaciones en la pizarra. Tras unos cuantos minutos, Él se volvió a Pauli, que hacía aspavientos. «Das ist falsch!» [¡Eso es un cuento chino!]

También se cuenta una historia verdadera —una historia verificable— que pasó aquí en la Tierra. Lo cierto es que a Pauli le obsesionaba el 137, y se tiró incontables horas ponderando su significado. Cuando su asistente le visitó en la habitación del hospital donde se le ingresó para la operación que le sería fatal, el teórico le pidió que se fijara cuando saliese en el número de la puerta. Era el 137. Ahí vivía yo: en el 137 de Eola Road."

 
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Electrodinamica Cuantica
La extraña teoría de la luz y la materia
Richard Feynman
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"Existe un problema más profundo y bonito asociado a la constante de acoplamiento experimental, e —la amplitud de que un electrón real emita o absorba un fotón real—. Es un número sencillo cuyo valor, próximo a −0,08542455, ha sido determinado experimentalmente. (Mis amigos físicos no reconocerán este número porque prefieren recordar la inversa de su cuadrado: aproximadamente 137,03597 con una incertidumbre de 2 en la última cifra decimal. Esta constante ha sido un misterio desde su descubrimiento, hace más de cincuenta años, y todos los buenos físicos teóricos colocan este número en su pizarra y se preocupan por él)...

 A Vds. les gustaría saber inmediatamente de dónde sale este número de acoplamiento: ¿está relacionado con π, o quizá con la base de los logaritmos neperianos? Nadie lo sabe. Es uno de los condenados misterios más grandes de la física: un número mágico que aparece sin que el hombre entienda cómo. Podrían decir que «la mano de Dios» escribió ese número, y que «nosotros no sabemos cómo cogió su lápiz». Sabemos al son de qué música bailar para medir experimentalmente con gran precisión este número, pero no sabemos el son para obtener este número en un computador —¡sin introducirlo en secreto!


 Una buena teoría diría que e es la raíz cuadrada de 3 dividida por 2pi cuadrado, o algo similar. De vez en cuando, se han hecho sugerencias acerca de qué era e, pero ninguna ha resultado útil. Primero, Arthur Eddington demostró, por pura lógica, que el número que les gustaba a los físicos era exactamente 136, el valor experimental de la época. Luego, cuando experimentos más precisos demostraron que el número estaba más cercano a 137, Eddington descubrió un ligero error en su anterior razonamiento y mostró, de nuevo por pura lógica, ¡qué el número tenía que ser el entero 137! De vez en cuando, alguien advertía que una determinada combinación de π y e (la base del logaritmo neperiano) y doses y cincos producía la misteriosa constante de acoplamiento, pero es un hecho no apreciado en su totalidad por la gente que juega con la aritmética que es sorprendente la gran cantidad de números que se pueden obtener a partir de píes y ees y similares. Por tanto, a lo largo de la historia de la física moderna han aparecido artículo tras artículo de personas que han obtenido e con varias cifras decimales para que la siguiente ronda de experimentos mejorados produjese un valor en desacuerdo con él...
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Deciphering the Cosmic Number 
The Strange Friendship of Wolfgang Pauli and Carl Jung
 Arthur I. Miller
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"In Deciphering the Cosmic Number I explore how Carl Jung analysed the dream imagery of one of his most famous patients, the ground-breaking physicist Wolfgang Pauli. Pauli’s unconventional and wild life brought him to the brink of a mental breakdown. He obsessed over how he had made his greatest discovery, feeling that he had tapped into something beyond physics.
It’s the story of two mavericks – Pauli, a scientist who – unlike his peers – was fascinated by the inner reaches of his own psyche and not afraid to dabble in the occult; and Jung, the famous psychologist who nevertheless was sure that science held answers to some of the questions that tormented him. Both made enormous and lasting contributions to their fields. But in their many conversations over dinner and wine at Jung’s Gothic mansion on the shores of Lake Zurich, they went much further, striking sparks off each other as they explored the middle ground between their two subjects.
They deliberated at great length over whether there was a number that everything in the universe hinged on, that explained everything – a primal number that provided insight into the equations of the soul. Might it be three as in the Trinity? Or four as argued in alchemical texts? Could it be the weird number 137, which on the one hand described the DNA of light and on the other is the sum of the Hebrew letters of the word Kabbalah..."


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http://loffit.abc.es/2013/08/10/carl-gustav-jung-y-la-memoria-del-futuro/113048
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"Tras superar la influencia de Sigmund Freud, a quien conoció, de quien se hizo muy amigo, pero cuya relación se enfrió desde que Carl discrepara respecto a la influencia determinante del sexo sobre la personalidad, Jung alcanzó una relevancia como terapeuta que le permitió conocer grandes personajes. Como el que posteriormente sería premio Nobel de Física, Wolfgang Pauli. Pauli, austriaco, era un hombre tan brillante, que a los dos meses de licenciarse publicó un artículo sobre la relatividad de Einstein que fue notablemente alabada por el propio Einstein y que, en consecuencia, tuvo un gran éxito. Pero bebía. Y acudió a Jung para que le ayudara. Éste, a partir de los sueños y las visiones en estado de vigilia de Pauli, consiguió ayudarle. En las obras completas de Jung están registrados esos sueños y visiones. Pero, además, tejieron una sólida relación en la que la investigación, la admiración mutua y el afecto se entrelazaban. Ambos trabajaron juntos en el concepto de sincronía.

Este fenómeno consiste en la simultaneidad de dos sucesos conectados en el sentido pero de manera totalmente acausal. No se trata de la simple coincidencia de dos sucesos. Ha de haber una coincidencia o relación en los significados de los sucesos. Eso implica que el observador debe estar dotado de una capacidad especial para combinar una personalidad normal que le permita vivir en el mundo y otra crítica con la realidad, capaz de cuestionarse todo. De esta forma, la sincronía en el sentido de Jung, al igual que los sueños o las visiones, tienen un objetivo “didáctico”. Nos ayudan a interpretar información que procede de nuestro inconsciente, nos desvelan nuestros problemas emocionales y psíquicos.

Pauli, encantado con esta idea, dotó de seriedad al estudio y ayudó, especialmente en lo referente a la epistemología. Su colaboración fue muy fructífera y llegaron a la idea de que, en realidad la sincronicidad “es un caso particular de un orden general acausal que dará lugar a actos de creación en el tiempo“. De ese punto de partida, Pauli y Jung llegaron a la conclusión de que existe un mundo paralelo, el unus mundu, una realidad subyacente unificada, en la que todo es creado y a donde todo retorna. La sincronicidad y los arquetipos son manifestaciones de este unus mundu.
 
Cuando Wolfgang Pauli enfermó y fue ingresado en el hospital, al comprobar su número de habitación, dijo “No saldré de aquí“. Era la habitación 137, el número más importante de la vida de Pauli: el número de la constante de la estructura fina del universo. Hay que notar que, si bien las demás constantes del universo siempre han consistido en números exageradamente grandes o pequeños, el 137 es un número de “dimensiones humanas“. Pauli pasó gran parte de su vida en el descubrimiento de esta constante. Y en esa habitación murió Pauli al poco tiempo.

Para Jung, y para algún amigo mío, las sincronías deben servir para enseñarnos, para ser interpretadas y aprovechadas en nuestro propio beneficio. No hay casualidades. Cuando tu ordenador muere, roban un portátil, se estropea la batería, se pierden vuelos, aparecen extrañas bacterias, pierdes datos… hay que pensar si no habrá que repensar lo que tenemos entre manos y dar con el sentido de estas sincronías. Todo un reto..."