Mundo Fusion

viernes, agosto 21, 2015

Una generación de Sonámbulos tras otra...

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Los Sonámbulos
(Arthur Koestler)
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"(...) Si Tico hubiera permanecido en Dinamarca es muy improbable que Kepler hubiera podido permitirse los gastos necesarios para visitarlo durante el breve margen de vida que aún le quedaba a Tico. Las circunstancias que hicieron de ambos dos desterrados, y los guiaron para encontrarse, pueden atribuirse al azar o a la providencia, según se prefiera, a menos que supongamos la existencia de alguna ignota ley de gravedad en la historia. Después de todo, la gravedad en el sentido físico también es solo una palabra para designar una fuerza desconocida que obra en la distancia..."

"(...) Desde luego que ambos preceptos tienen su utilidad. El problema estriba en saber cuándo ha de seguirse el uno y cuando el otro. Copérnico tenía un espíritu parejo, que nunca asumía giros imprevistos: hasta sus errores eran gruesos. Tico era un gigante como observador, pero nada más: sus inclinaciones a la alquimia y a la astrología nunca se fundieron como en el caso de Kepler, con su ciencia. La medida del genio de Kepler debe medirse por la intensidad de sus contradicciones y por el uso que hizo de ellas. Lo vimos afanoso, con infinita paciencia, recorriendo el arduo camino del procedimiento de aproximaciones sucesivas; luego, súbitamente, por así decirlo, se dejó llevar por el aire cuando una conjetura feliz o el azar le ofrecieron la oportunidad..."



"(...) Hay dos maneras de interpretar esta situación. 
La estructura del universo es, en verdad, de una índole tal que no puede comprenderse desde el punto de vista del espacio y del tiempo humanos, de la razón humana y de la imaginación humana, y en este caso la ciencia exacta ha dejado de ser filosofía de la naturaleza, y ya no tiene gran inspiración que ofrecer al espíritu humano indagador. De ser así, sería legítimo que el hombre de ciencia se retirase a su sistema cerrado, manejara sus símbolos puramente formales y eludiese cuestiones referentes a la "significación real" de estos símbolos, que "carecen de significación", como en efecto se hace en la actualidad. Y si esto es así, el hombre de ciencia debe aceptar su papel de mero técnico, cuya misión por un lado es producir mejores bombas y mejores fibras plásticas y, por otro, crear sistemas más elegantes de epiciclos para explicar los fenómenos.
La segunda posibilidad consiste en ver en la actual crisis en que se halla la física un fenómeno transitorio, el resultado de un desarrollo unilateral, ultraespecializado, como el cuello de una jirafa, uno de esos "culs de sac" de la evolución mental, que tan a menudo observamos en el pasado. Pero si ello fuera así, ¿qué punto del proceso de tres siglos que va desde "la filosofía de la naturaleza " a la "ciencia exacta" comenzó el divorcio de la realidad? ¿En qué punto se formuló la nueva versión de la maldición de Platón: "¿Pensarás en círculos?" Si conociéramos la respuesta, desde luego conoceríamos también el remedio, y una vez conocida la respuesta todo parecerá de nuevo tan obvio como la posición central que ocupa el Sol en el sistema solar. "Somos en verdad una raza de ciegos", escribió un hombre de ciencia contemporáneo, "y la generación siguiente, ciega a su propia ceguera, se asombrará de la nuestra..."
Aduciré dos ejemplos que, a mi juicio, ilustran esta ceguera. La filosofía materialista, a la cual se ha aferrado el hombre de ciencia medio, conservó su poder dogmático sobre el espíritu de aquél aunque la materia misma se hubiera evaporado; y el hombre de ciencia reacciona ante fenómenos que no se ajustan a ese dogma, más o menos del mismo modo con que reaccionaban sus antepasados escolásticos ante la sugestión de que pudieran aparecer nuevas estrellas en la inmutable octava esfera. De esta suerte, durante los últimos treinta años, se ha reunido un impresionante conjunto de pruebas, en condiciones de estricto laboratorio, que sugiere que el espíritu  sin la acción intermedia de los órganos sensoriales podría percibir estímulos emanados de personas u objetos; y que en experimentos "controlados" estos fenómenos se dan con una frecuencia estadística que invita a la investigación científica. Sin embargo, la ciencia académica reacciona ante los fenómenos de "percepción extrasensorial" más o menos como reaccionó la Liga de las Palomas a los astros mediceos. Y, a mi juicio, con no mejores razones. Si hemos de aceptar que un electrón puede saltar de una órbita a otra, sin atravesar el espacio que las separa, ¿por qué tendremos que excluir la posibilidad de que una señal de índole no más desconcertante que las ondas electrónicas de Schroedinger, se emita y se reciba sin intervención sensorial? Si la cosmología moderna tiene una lección amplia que darnos, ésta es la de que los hechos fundamentales del mundo físico no pueden representarse en el espacio tridimensional y en el tiempo. Sin embargo, la versión moderna del escolasticismo niega al espíritu o al cerebro dimensiones adicionales que, con todo, acuerda a las partículas de la materia. No empleo aquí la palabra "dimensión" como una analogía mecánica, como hacen con la "cuarta dimensión" los charlatanes del ocultismo. Digo sencillamente que, puesto que la física moderna abandonó la estructura del tiempo y espacio y los conceptos de materia y causalidad, tal como los entendía la física clásica y los entiende la experiencia del sentido común, no me parece justificado negarse a investigar fenómenos empíricos porque éstos no encajen en aquella filosofía ya abandonada.
Un segundo ejemplo de la "hybris" de la ciencia contemporánea es el riguroso destierro de la palabra "finalidad". Ésta, probablemente, sea una consecuencia de la reacción contra el animismo de la física aristotélica, según la cual las piedras aceleraban la velocidad de su caída a causa de la impaciencia por alcanzar el lugar que les correspondía, y contra una cosmovisión teológica, en la cual la finalidad de las estrellas era servir como cronómetros en beneficio del hombre. A partir de Galileo, las "causas finales" (o finalidad) quedaron relegadas a la esfera de la superstición, y la causalidad mecánica reinó como soberana. En el universo mecánico de los átomos, sólidos, pequeños e indivisibles, la causalidad obraba por impacto, como una mesa de billar; los acontecimientos se producían por el empuje mecánico del pasado, y no por un "tirón" del futuro. Ésta es la razón por la cual la gravedad, y otras formas de acción a distancia, no entraban en el cuadro y se consideraban sospechosas, por lo cual el éter y los vórtices tuvieron que inventarse para remplazar ese tirón oculto por un impulso mecánico. El universo mecanicista fue desintegrándose gradualmente, pero la noción mecanicista de la causalidad sobrevivió hasta que el principio de la indeterminación de Heisenberg demostró que era insostenible. Hoy sabemos que, en un nivel subatómico, la suerte de un electrón o de todo un átomo no está determinada por su pasado. Pero este descubrimiento no condujo a ningún nuevo punto de partida fundamental en la filosofía de la naturaleza  sino que determinó solo un estado de desconcierto y embarazo, otra retirada de la física hacia un lenguaje simbólico más abstracto aún. Sin embargo, si la causalidad se desmoronó y los hechos no están rígidamente gobernados por empujes y presiones del pasado, ¿no podría sufrir de algún modo la influencia del "tirón" del futuro, lo cual es una manera de decir que "la finalidad" puede ser un factor físico concreto de la evolución del universo  tanto en el plano orgánico como en el plano inorgánico? En el cosmos relativista, la gravitación es un resultado de curvaturas y pliegues del espacio, que continuamente tienden a enderezarse, lo cual, como observó Whittaker, "es una enunciación tan completamente teleológica que habría deleitado ciertamente los corazones de los escolásticos". Si en la física moderna se trata el tiempo como una dimensión casi del mismo alcance que las dimensiones del espacio, ¿por qué habríamos de excluir a priori la posibilidad de que seamos tirados, así como empujados, a lo largo del eje del tiempo? Después de todo, el futuro tiene tanta realidad, o tan poca realidad, como el pasado, y no hay nada lógicamente inconcebible en el hecho de introducir como hipótesis un elemento de finalidad, complementario del elemento de la causalidad, en nuestras ecuaciones. Creer que el concepto de "finalidad" tiene que asociarse necesariamente con alguna deidad antropomórfica revela gran falta de imaginación.
Éstas son cuestiones especulativas que, posiblemente estén muy fuera de lugar aquí; pero sabemos, por el pasado, que los puntos muertos de la evolución solo pueden superarse con algún nuevo punto de partida hacia una dirección inesperada. Cuando una rama del conocimiento se aísla de la corriente principal, su helada superficie ha de quebrarse y despeñarse, antes de que pueda volver a unirse con la realidad viva..."



"(...) Como consecuencia de su división, ni la fe ni la ciencia pueden satisfacer los anhelos intelectuales del hombre. En casa dividida, los dos habitantes llevan una existencia frustrada.
La ciencia posterior a Galileo pretendía ser un sustituto de la religión o la legítima sucesora de ésta. Y de ahí que, al no poder dar las respuestas fundamentales, determinara no solo frustración intelectual, sino languidecimiento espiritual..."

"(...) El uomo universale del Renacimiento, que era artista y artesano, filósofo e inventor, humanista de ciencia, astrónomo y monje, todo en uno, se dividió en sus elementos componentes. El arte perdió su inspiración mítica; la ciencia, su inspiración mística. El hombre tornó a hacerse sordo a la armonía de las esferas. La filosofía de la naturaleza, se hizo éticamente neutra, y "ciego" llegó a ser el adjetivo favorito, aplicado a la acción de las leyes de la naturaleza. La jerarquía espíritu ciencia quedó reemplazada por el continuo espacio-tiempo.
Como consecuencia de ello, el destino del hombre ya no estuvo determinado desde "arriba" por una sabiduría y una voluntad sobrehumanas, sino desde "abajo", por la acción infrahumana de glándulas, genes, átomos u ondas de probabilidad. Este desplazamiento del lugar del destino fue decisivo. Mientras el destino obró desde un plano de jerarquía superior al del hombre, no solo había modelado la suerte de éste, sino que había guiado su conciencia y conferido al mundo significación y valor. Los nuevos amos del destino se hallaban en lugar de la escala inferior al que ocupaba el ser que ellos dominaban; determinaban el destino de éste, pero no le daban ninguna guía moral, ni valores, ni sentido. Un títere de los dioses es una figura trágica; un títere que depende de sus cromosomas es meramente grotesco..."

"(...) De manera que, en un futuro previsible, el hombre estará en condiciones de aniquilarse o de volar a las estrellas. Es dudoso que una argumentación razonada desempeñe algún papel importante en cuanto concierne a la adopción de la decisión última; pero, si puede hacerlo, una visión mas clara de la evolución de las ideas que codujeron a la actual situación puede resultar de algún valor. Lo confuso de las inspiraciones, los desengaños, las concepciones visionarias y la ceguera dogmática, las obsesiones de milenios y pensamiento doble disciplinado, cosas que en este libro hemos procurado rastrear, pueden servir como admonición contra la hybris de la ciencia o, mejor dicho, de la concepción filosófica basada en ella. Los cuadrantes y esferas de los tableros de nuestros laboratorios se están convirtiendo en otra versión de las sombras de la caverna. Nuestra sujeción hipnótica a los aspectos numéricos de la realidad ha embotado nuestra percepción de valores morales no cuantitativos. La resultante ética de que el fin justifica los medios puede ser un factor importante de nuestra propia anulación. Inversamente, el ejemplo de la obsesión de Platón con las esferas perfectas; el de la obsesión de Aristóteles con la flecha impulsada por el aire circundante; la de los cuarenta y ocho epiciclos del canónigo Koppernigk y su cobardía moral, la manía de grandeza de Tico, los rayos solares barredores de Kepler, las supercherías de Galileo, y el alma pituitaria de Descartes pueden ejercer alguna influencia moderadora de los adoradores del nuevo Baal, que reina con su cerebro electrónico sobre un vacío moral..."

Marzo 1955 - mayo 1958.